Arte

Entre la vigilia y la ensoñación

  • Fernando Gutiérrez muestra hasta el 1 de agosto en la galería Isabel Hurley la intervención que deja ver su mundo tan cercano como extraño, conocido y evocador

El mundo de Fernando Gutiérrez se encuentra entre la vigilia y la ensoñación, o entre la consciencia y la inconsciencia. Un mundo cercano tanto como extraño, conocido y evocador tanto como enigmático, ámbito de emergencia de lo arcano que nos atrae y repele a un tiempo. Un mundo en el que se concitan, confrontan e hibridan distintos motivos homogeneizados en su forma; una comunión, o una confusión, en la que participan imágenes obtenidas de los medios de masas, otras fantasiosas provenientes tal vez de la cultura popular y de los mitos en torno a los norteños bosques encantados, elementos de carácter fisiológico y escatológico, animales, humanos (algunos acéfalos), seres híbridos (personas con cabezas animalescas que recuerdan al arte rupestre como Les trois frères o mamíferos con alas), así como un amplio repertorio puede que simbólico (fetos u osos de peluche por ejemplo). Todas estas figuras se hallan descritas con su peculiar estilo dibujístico: perfilado, ingenuo, infantil, simple, directo y esbozado.

Un mundo en continua progresión y que ocupa las paredes de Isabel Hurley con una intervención parietal que nos envuelve y atrapa, haciendo experimentar el espacio expositivo de un modo distinto, y eso que no se ha empleado pintura fotoluminiscente como en la LABoral de Gijón, lo que hubiera obligado a la oscuridad más profunda para su aprehensión, casi como si se tratase de una cueva. Gutiérrez dispone a lo largo de las paredes todos esos motivos en una especie de procesión, en un ciclo evolutivo y cambiante que aprovecha los accidentes de la sala y que llega incluso a bordear el techo. Esta dinamización obliga a leer la imagen en movimiento, en un parsimonioso barrido visual, al tiempo que, debido a la monumentalidad que excede la escala habitual, la profusión y la disposición de esos elementos, parece insistir en cierto rasgo ritualizante del espacio y del soporte mural. Debido a ello surgen sensaciones como la extrañeza, la sorpresa y cierto recogimiento.

Gutiérrez ha sabido crear un universo propio, un imaginario singular y desbordante aunque no desbordado, tal vez porque a pesar de esa fantasía se aprecian dosis de recogimiento y melancolía. Éste es un rasgo más de la ambivalencia de su obra, de una fluctuación entre polos que consigue que los más repulsivos y grotescos sean atemperados por el lirismo de su estilo, mientras que los aspectos más cándidos e ingenuistas ganen en extrañeza y enigma. Gutiérrez realiza un sabio equilibrio entre lo apolíneo del sutil y cándido estilo con lo dionisíaco de muchos de esos motivos, en esencia ofensivos si se tradujesen con otro estilo más descarnado y expresivo.

El artista toma el nombre de crisálidas porque su obra supone una metáfora plástica, tanto como un trasvase y una apropiación, de la fase intermedia en el proceso de desarrollo y metamorfosis de algunos insectos. De este modo, su dibujo parece adoptar ese estado embrionario de indefinición respecto a la forma final, de la superación de lo germinal pero de la no consecución aún de lo acabado que se traduce en esas imágenes resueltas sin detalles y que amenazan con ir cambiando su fisonomía, de hallarse, en muchos casos y merced a la hibridación, a medio camino entre una cosa y otra.

Precisamente, al ser la crisálida una fase intermedia del proceso de conformación, Gutiérrez se apropia de ese sentido procesual, dinámico y evolutivo, de modo que la representación de los motivos va evolucionando -tal como se aprecia con mayor claridad en un vídeo en el que se animan muchos de ellos en un sorprendente proceso-, solapándose unos a otros y deparando nuevas imágenes e imágenes-dobles (una encierra dos compartiendo algunos elementos, como el método paranoico-crítico daliniano) que avivan nuestra curiosidad y extrañeza ante tales hallazgos visuales y el posible sentido de ese, aunque muy atomizado, ciclo dibujístico.

No resulta fácil escapar del asombro y cierto simbolismo hermético para digerir desde la razón ese mundo tremendamente sugestivo. En cualquier caso, Crisálidas supone un viaje a un universo que nos sustrae para recuperar con añoranza y melancolía un estado primigenio de plenitud, descubrimiento y amenazas -tal vez así nos encontremos ante la intervención-, entre la más pura infancia y una especie de grado cero cultural que hallaríamos en el arte rupestre con el que mantiene débitos.

Fernando Gutiérrez. Galería Isabel Hurley. Paseo de Reding 39-bajo, Málaga. Hasta el 1 de agosto.

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