Cultura

'yihad': el terror es el mensaje

  • El periodista Patrick Cockburn, corresponsal en Oriente Medio, ofrece algunas claves sobre el resurgimiento y la expansión del terrorismo 'yihadista' del Estado Islámico

Secuestrados, torturados, mutilados, cosidos a balazos, destrozados por bombas, degollados, lapidados, crucificados, quemados vivos. El catálogo de maldades con que el terrorismo islamista elimina a sus víctimas no tiene límites. Y el mundo asiste sobrecogido y aterrorizado, en pleno siglo XXI, a la puesta al día de la barbarie medieval: ya no tiene noticias de ella, transcurrido un tiempo, en grabados, papiros ni códices; las obtiene de inmediato. Ya no hacen falta escribas para relatar el horror, está internet. Los matarifes graban su propia carnicería y la emiten casi en directo. No son necesarios intermediarios. La víctima, con su túnica de color naranja, balbucea el guión que le han escrito sus captores, y a continuación el verdugo escupe una homilía amenazante antes de decapitar o de abrasar vivo al preso. Después, las cancillerías encargan a sus expertos que verifiquen la autenticidad de las imágenes. Cierto, no eran efectos especiales, no eran actores, no era ficción.

"La mitad de la yihad es mediática", dice un eslógan publicitario en una web yihadista. YouTube, Twitter, Facebook y la televisión por satélite transmiten sus acciones, ideas y objetivos. "Mientras existan esos medios propagandísticos tan poderosos, los grupos similares a Al Qaeda jamás carecerán de dinero o de reclutas", escribe Patrick Cockburn en Isis. El retorno de la Yihad. En el documental El legado de Bin Laden: el padrino del terror, de Ghafoor Zamani, el juez francés Marc Trevidi explica el papel esencial que organizaciones como el Estado Islámico (EI) dan a la emisión de sus atrocidades. "Lo que está en juego es la yihad mediática. Para ellos hay algo que ganar. Primero, mostrar el ataque al islam, las torturas, Abu Ghraib, asesinatos de inocentes. De esa forma jóvenes musulmanes son sensibilizados en todo el mundo" a través de internet. "No se apela a la razón de quienes se quiere reclutar, se apela a sus emociones". El EI filma sus ataques y ejecuciones, servidas con soflamas previas, y esas "imágenes marcan, atrapan, y muchos jóvenes musulmanes van a Iraq sin necesidad de haber pertenecido antes a ninguna célula terrorista y ni siquiera haber estado radicalizados", dice Trevidic.

Así, esas mismas plataformas de comunicación global que difundieron, promocionaron y extendieron las consignas de la contestación rebelde de las primaveras árabes, aplaudidas por los medios occidentales al percibirlas como un soplo de libertad que derribaría regímenes gobernados por sátrapas, ya se habían revelado eficacísimas para la propaganda de odio que los yihadistas difunden sobre todo contra chiítas y en menor medida contra cristianos, sufíes y judíos con un impacto que está no sólo en la violencia que muestran esas imágenes sino en el profesionalismo con que se producen y realizan. No hay aquí videoaficionados. "Los yihadistas pueden anhelar el regreso a las normas de los inicios del islam, pero sus habilidades en el uso de las comunicaciones modernas e internet superan por mucho a la mayoría de los movimientos políticos existentes en el mundo", escribe Cockburn.

Este corresponsal en Oriente Próximo para Financial Times y The Independent ofrece en el poco más de centenar de páginas de Isis. El retorno de la Yihad claves para entender el resurgir de un movimiento que no es una amenaza confinada a Siria, Iraq y sus vecinos: el rebrote -bajo la inspiración de Al Qaeda pero perfeccionando la idea de Ben Laden en cuanto a expansión y dominio de territorios se refiere- de un movimiento que en verano del año pasado transformó con sus victorias contra fuerzas iraquíes, sirias y kurdas la política de Oriente Medio. El Estado Islámico de Iraq y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés) grabó a sangre y fuego el lema de su líder, Abu Bakr al-Baghdadi: "Siria no es para los sirios e Iraq no es para los iraquíes. La Tierra es de Alá".

Y no lo es tampoco, desde esa perspectiva suní, de los chiítas, que en palabras del historiador y una autoridad en sectarismo, Ali Allawi, recogidas por Cockburn en su obra, "viven ahora con una sensación de muerte inminente, igual que los judíos en Alemania en 1935". Son los efectos de la wahabización de la zona, fomentada por el régimen de Arabia Saudi y cuyo influjo es detallado por el autor: "Las creencias del wahabismo, la versión saudí puritana más literal del islam, reconocida exclusivamente por el sistema educativo y judicial saudí, no son muy distintas a las de Al Qaeda u otros grupos yihadistas (...) El wahabismo rechaza rotundamente otros tipos de adoración islámica, así como creencias no musulmanas. Considera al chiismo una herejía".

Y Cockburn recuerda también, en este capítulo, que un estudio de 2013 publicado por la Dirección General de Política Exterior del Parlamento Europeo, titulado Participación del salafismo/wahabismo en el apoyo y suministro de armas a grupos rebeldes en todo el mundo, comienza diciendo "Arabia Saudí ha sido una fuente importante de financiación para organizaciones rebeldes y terroristas desde la década de 1980". El informe de la Comisión 11/9, que investigó los ataques en aviones secuestrados contra Estados Unidos en septiembre de 2001 identificó a Arabia Saudí como la principal fuente de financiación de Al Qaeda. Y en 2009, la secretaria de Estado Hillary Clinton escribió: "Arabia Saudí sigue siendo una base de apoyo financiero crucial para Al Qaeda, los talibanes y otros grupos terroristas".

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