Si no ha visto usted el reportaje sobre el caso Alcàsser producido por la plataforma Netflix, sencillamente debe hacerlo. Porque al margen de un mero relato sobre un hecho delictivo producido en España a principios de los 90, en el que tres jóvenes fueron asesinadas de camino a una discoteca, la pieza audiovisual es la radiografía de toda una sociedad. Entre la conspiranoia, el amarillismo atroz y la sed de venganza, los productores de la plataforma de contenidos van tejiendo una maraña de acontecimientos que bien podrían ser actuales. Juicios paralelos, luchas de audiencia y peticiones de penas de muerte o cadenas perpetuas, que se van sucediendo a lo largo de cinco episodios en los que se alternan las tensiones de poder, la exposición del dolor y la exaltación de la frivolidad a todos los niveles. Época de cambios y experimentación en la que se logra movilizar con ese cóctel molotov de tinte ideológico a toda una masa susceptible y maleable. ¿Les suena de algo de esto? Lo cierto y triste es que a esta pregunta retórica usted ha contestado que sí. Una vez que ha pasado el tiempo y, habiendo conocido casos similares, varios cambios de gobierno, aprobaciones de leyes o resoluciones del Constitucional en contra de algunas de las penas excesivas impuestas en nuestro país, poco se ha avanzado desde entonces. Aspecto realmente difícil debido a que entra en conflicto con una característica esencialmente humana: la pasión por el morbo. El morbo vende, crea expectación, da de qué hablar, genera visitas, clics y, en consecuencia, dinero. Lo daba entonces y lo sigue dando ahora.

Como periodista uno puede sentir desaprobación o asco moral ante lo que los compañeros de profesión hicieron con el Caso Alcàsser. Preguntas incisivas a adolescentes, recreaciones maquiavélicas emitidas a través de la televisión o la defensa de ideas conspiranoicas a favor de un lado oscuro del delito, aún sin resolver, y que cuestiona los hechos probados. Pero como ciudadano, así como nadie lo pudo evitar en aquellos años de transformación informativa, que fue un antes y un después en la historia de la televisión, tú tampoco puedes apartar la vista del documental. O dejar de formularte las preguntas que se quedan en el aire, suspendidas por un criminólogo que siguió manteniendo hasta el final la inverosímil idea de unas misteriosas grabaciones. Es el morbo y contra él poco se puede hacer. La criminología vende como bien supieron reseñar las primeras Relaciones de Sucesos o como siguen demostrando los datos. Porque a pesar de que resulte repulsivo, grotesco o inmoral, todo el mundo quedó pegado a la pantalla el 27 de enero de 1993, fecha en la que aparecieron los cadáveres de las niñas asesinadas y eso, como la huella de un crimen, es algo que no se puede borrar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios