Significativo el cambio que se ha vivido en el Congreso en el debate para pedir la prolongación del estado de alarma. Como se esperaba, la oposición intentó sacar nuevamente los colores al presidente por su gestión de la crisis y lo consiguió, no era difícil. En esta ocasión tenía, además, un argumento que esgrimieron casi todos los portavoces: el informe de un organismo australiano en el que se recoge que el país que peor ha gestionado la crisis es España. Días atrás, Donald Trump ya se refirió a España como un país que vive una catástrofe, pero parece más serio cualquier informe que venga de un país neutral como Australia, que las palabras de un presidente, aunque sea el de EEUU, que se caracteriza por la visceralidad con la que expresa sus filias y fobias.

Se notó que la charla el lunes entre Sánchez y Casado, con la decisión de transformar la mesa imposible de negociación en una comisión parlamentaria, dio su primer fruto. El tono y la forma de los dos no tuvo nada que ver con las últimas semanas. Duro y contundente, Casado, sin embargo, tuvo un tono muy distinto al de debates anteriores, y uno y otro eludieron las descalificaciones hirientes.

Eso no significa que Casado haya renunciado a poner a Sánchez contra las cuerdas. Es más, el tono de ahora puede ser más dañino para el presidente que las acusaciones exacerbadas que dejan en mal lugar a quien parece ser incapaz de debatir sin hacerlo a gritos. Casado está sobrado de datos que demuestran la ineficacia de este Gobierno, la falta de criterio de sus ministros, y las diferencias no ya entre podemitas y socialistas, sino entre ministros del mismo color político. El espectáculo de la tarde del martes, con anuncios, desmentidos, rectificaciones, nuevos desmentidos y nueva rectificación, lo demuestran. Los españoles están en manos de un Gobierno que no pierde la ocasión de demostrar su incapacidad para presentar iniciativas sólidas y planteamientos rigurosos con los que abordar una crisis sanitaria, económica y social nunca vivida en democracia.

En el debate, con Echenique como portavoz de Podemos, se demostró que también ese partido tiene varias voces. La de Iglesias, empecinado en ponerse medallas; la de Echenique, erre que erre con el modelo populista indefendible, y la de Irene Montero, una ministra que va por libre con una superficialidad que habíamos olvidado tras sus semanas desaparecida por el virus. La primera noticia de su ministerio tras reincorporarse ha sido el gasto de 200.000 euros destinados a repartir distintivos de igualdad. Con lo que está cayendo, ¿no podía renunciar a esa iniciativa?

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