Miriam Díaz-Aroca habló en Telecinco de sus años de esplendor para los que pagaba la factura de la exigencia de sus jefes. La dispersa presentadora ha funcionado mejor en un contexto concreto, embridada por buenos directores para controlar su espíritu revoltoso. Por eso destacó en el matinal de Jesús Hermida y no se nos hizo impertinente del todo en el Un, dos, tres, aunque Chicho parecía a estar a gusto con su faceta irritante.

Como volvió a confirmarse en esta entrevista, Miriam le debe mucho a lo mucho que se trabajaba en aquel pionero matinal. Admitió que las formas de Hermida no eran las más idóneas para algunas de sus compañeras, que terminaban llorando con las encendidas indicaciones del onubense. Miriam era de las que oía con toda su profesionalidad y se esforzaba. No era de las lloricas.

Estamos hablando de dirección. De hacer los contenidos con criterio y nivel. En Por la mañana y otros espacios firmados con Hermida surgieron muchos nombres pero muy pocos de ellos sobrevivieron con brillantez fuera del foco del más memorable corresponsal neoyorquino, que no solía airear una vocación diplomática.

María Teresa Campos fue suertuda y halló la oportunidad de aquel magacín cuando lucía veteranía, tablas y años de mili. De sobra. Asumía la subordinación pero siempre se sintió con desparpajo para relevar al jefe, de ahí sus habituales discusiones con Hermida que incluso llegaron a aparecer en pantalla. A fuerza de imponerse entre la tropa se convirtió en sustituta natural. Pero la tenían calada.

La malagueña de adopción fue la estrella de los magacines en los catorce años siguientes y casi es comprensible que la soberbia le cegara mientras se empeñaba en colocar a sus favoritos y en condenar a cualquier nombre que sintiera como amenaza. Vivió años dulces de mayorías absolutas y después tuvo que encarar largos períodos de penitencia. En Telecinco cuentan con ella como si fuera una querida enemiga de la casa. Y hoy regresa.

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