Antes de que el fútbol arrastrara a la compra de tanto pioneros televisores en Madrid y Barcelona, la emisión en la troglodita TVE de 1958 de la película La fierecilla domada, estrenada en los cines dos años antes en su intraducible sistema de technicolor cañí, causó un interés inaudito entre la elitista audiencia. Entre otras razones en aquella cinta que remedaba la historia de Shakespeare apareía una juvenil Carmen Sevilla con los hombros al aire, llevando lejos a la imaginación de los espectadores en la tensión sexual no resuelta con Alberto Closas.

Carmen Sevilla ha cumplido 90 años. Lejos de todos nosotros pero con su jaranero recuerdo de películas copleras en minifalda y actuaciones televisivas donde la cámara sabía colocarse porque para eso el compositor Augusto Algueró era de los tipos más influyentes en una TVE que aspiraba a un entretenimiento estelar de lentejuelas.

La sevillana regresó a la tele tras una segunda vida sentimental y un retiro bucólico pastoril. Fue Valerio Lazarov quien la rescató a modo de talismán, con la evocación de aquella currelanta que se implicaba en sus especiales en play back. Carmen no era por entonces tan mayor, recién cumplidos los 60, pero no le hacía falta actuar para hacer el papel de abuelita despistada en Telecupón (por comparar la edad, Ana Rosa Quintana tiene a día de hoy 64 años). Sus olvidos, su oído limitado y patoso, saliendo a veces en zapatillas del camerino, llegaba a causar regocijo en una audiencia que descubría Telecinco, con Agustín Bravo en el papel de hijo ideal, leal y paciente.

Es memorable la anécdota de la sorpresa que se llevó la cantante cuando firmó aquel contrato con Lazarov en el que creyó que iba a cobrar al mes 300.000 pesetas (al cambio de ahora serían unos 4.000 euros) cuando era en realidad la cantidad diaria. Se forró. Para mantener a sus ovejas. Lo que pareció una broma se convirtió en una recuperación estable que alcanzó hasta 2010 con Cine de barrio. Carmen fue la abuela televisiva más cariñosa e ininteligible que llegamos a tener.

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