En 1928 sale Estación. Ida y vuelta, de Rosa Chacel. Seis años antes, en el prodigioso 1922, se publicaron Ulises, de Joyce, La tierra baldía de T. S. Eliot, y el cuarto volumen de En busca del tiempo perdido. ¡Qué año apoteósico! En distintos grados, estas obras están presentes en la novela de Chacel.

Fue una novela moderna y audaz. Aunque lo que busca ser honda introspección se desliza, a veces, hacia un psicologismo de cafetería y párrafos circunvolutos, la novela sabe recuperarse de esos bajones con repentinas sacudidas que sueltan lastre y, sobre todo, con una prosa aquilatada e imágenes de grandísima belleza:

…un espíritu burlón e intimidador, como un cuco que se asoma para asustar metiendo su cabeza en lo más secreto de todos los diálogos.

En su deseo de modernidad, la prosa de Chacel, que abreva en el monólogo interior de Ulises, adopta una sensibilidad proustiana, como cuando dice de la primavera:

Este año llegó a la casa en algo imperceptible de puro corriente. La mañana que notamos en la escalera, a la hora que barren el portal, que el olor del serrín mojado era como el de la lluvia cuando hay cerca pinares. Bastándonos esto para que se declarase en nosotros el estado primaveral…

Y más proustianamente aún:

…estábamos ya en junio, y junio es el mes musical. Es el mes en que los pianos, después de habernos atolondrado durante la primavera con el arrullo de sus ejercicios, nos sorprenden a veces con ráfagas estupendas que entran por los balcones entornados, idealizando el olor del momento, haciendo de cualquier olor casero un aroma limpísimo, lleno de pureza de Bach, y se siente en él tanto la plenitud estival, que resulta profanación cualquier género de temor ante la vida.

La voz de Proust no asoma sólo en la vivacidad con la que cualquier cosa prende los recuerdos o en la sinestesia de los sonidos que resucitan olores, sino incluso en el respiro, cada vez más lento y largo, con que parece ir estirándose el párrafo mismo.

¿Y cómo no pensar en T.S. Eliot, el de con estos fragmentos apuntalé mis ruinas, cuando Chacel escribe: ¡Cuánto tiempo había estado acumulando materiales para aquella pesadilla!, o cuando se lamenta del deslabazamiento de las cosas naufragadas?

Algunas de sus imágenes -por empeño en la originalidad, o tal vez por hipertrofiada voluntad de estilo- resultan forzadas, pero en otras su imaginación plástica es extraordinaria, como cuando se refiere a la duración de los días:

Antes, en cada uno había una sola nota, dormida a la sombra de un calderón.

¡Pero cómo me la maravillaría yo! O cuando reniega así del sentimentalismo paralizador:

¿Qué es eso del sentimentalismo? ¿Qué microbio es ese? […] es un bicho, una araña casera […] ¡Todo lo atan, todo lo dejan lleno de amarras!

Esta novela moderna, de psique, de ideas, teoriza, en su última parte, sobre literatura y cine. Allí describe una escena que ronda por la cabeza del narrador que aspira a ser autor: hay una oficina con sus objetos típicos -atención a ese lápiz amarrado, a disposición de los usuarios-y hay un gran talento literario de Rosa Chacel:

La mujer se quedará en elcomptoir, enmarcada en su ventanilla […] Entonces llegará el asiduo […] Su coqueteo será trivial gimnasia del ingenio […] Pero en medio habrá un mal espíritu, incitante. El lápiz colgante de la espiral de acero, se escapará de la mano de ella y será péndulo entre los dos, indicador del movimiento con que puede acortarse la distancia. […] Y, siguiendo dócilmente su vaivén, las manos concurrirán en la goma donde se echan las monedas. La de ella sobre la peseta; la de él, sobre la de ella.

Buena novela, aunque no recomendable para quienes no gusten de escrutar paisajes psíquicos. Alérgicos al laísmo, abstenerse.

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