el poliedro
Tacho Rufino
Un relato,
Tribuna Económica
Todo en China parece una enorme contradicción. Tres décadas con tasas de crecimiento de dos dígitos, un modelo económico de base de exportaciones que convirtió al país en la “fábrica del mundo”, pero también represión de la libertad de empresa, condescendencia con la contaminación, que favorece la externalización de costes y la competencia, y una tasa de ahorro (46% del PIB en 2022, 3,4 billones de euros) que triplica la de Estados Unidos y seis veces mayor que en la UE, lo que se supone que debería ser una rémora para el crecimiento.
Los que conocen el país lo explican como el resultado de una extraña mezcla de contexto político autoritario, globalización y tradición y cultura marcada por una historia dramática, que las autoridades han sabido utilizar con habilidad para integrarse en la economía global, adoptando sus reglas según su conveniencia. La eterna infravaloración de yen es un ejemplo, pero también la utilización del ahorro nacional para una agresiva política de inversiones estratégicas en el extranjero, que en muchos casos implica la adquisición directa de empresas. La diferencia con el resto de las inversiones extranjeras que se mueven por el mundo es que, en caso de China, están dirigidas desde el aparto político del estado y todas apuntan en la misma dirección. El resultado es que China se ha convertido en la segunda potencia económica del planeta y amenaza la hegemonía estadounidense, como reconociese Biden al advertir que la competencia con China será extrema.
Pero las cosas están cambiando. Tras la pandemia, el crecimiento se ha reducido al entorno del 5%, en parte como consecuencia de la política de Covid Cero, pero también por la quiebra de las reglas que permitieron avanzar hacia la integración económica mundial desde principios de los 90, en lo que se comienza a denominar “desglobalización”. También el colapso del sector inmobiliario, hacia donde se canalizó una parte importante del ahorro de las familias, presiona en la dirección de encontrar nuevas claves de futuro para su economía.
Con el mercado más grande del mundo, donde, desde 2018, la mitad de la población es reconocida como clase media con capacidad de consumo, la reacción del gobierno está siendo de lo más razonable: sustituir la demanda externa por la interna, incentivando el consumo de las familias. Lógico, pero también inquietante porque un cambio tanta trascendencia preocupa hasta al propio gobierno. Un problema de naturaleza cultural es que los chinos piensan más en el largo plazo que los occidentales, bastante más proclives a lo inmediato, pero también hay importantes reservas políticas. Según Krugman, es probable que el gobierno considere que el impulso al consumo pueda complicar el férreo control de la población y estimular la desobediencia. Los cambios en la economía China parecen inevitables y preocupan seriamente al gobierno, no solo porque la sociedad actual es muy diferente de la de hace treinta años o por la necesidad de acertar en el nuevo rumbo a su economía, sino también, y quizá sobre todo, porque el efecto arrastre que normalmente acompaña a las grandes transformaciones tiene límites y características difícilmente previsibles.
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