Análisis

José Ignacio Rufino

Comprometido con la Tierra y sin hijos

Mientras la inmigración cría, algunos jóvenes aquí enarbolan causas globales con gran dosis de pose individualEl joven se proclama sacerdote laico por la sostenibilidad del planeta

No acaba uno de estar curado de espanto ante la capacidad de las personas para obtener resonancia diciendo majaderías, que ya después si eso se puede desacreditar al periodista por sacar tu frase de contexto. Se trata de un chaval joven -hay muchos otros-, es solidario en activo, con su ONG con propósito diferenciado de la competencia (sí, afirmo sin dolerme los dedos por ello que dentro del llamado tercer -y hasta cuarto- sector existe competencia). "He decidido no tener hijos por mi compromiso con la sostenibilidad del planeta", dice el muchacho, que ya va entrando en su madurez, al menos en la cronológica. ¿Es un quijote, cuya rima con carajote podría añadir maldad -la mía- a su natural idealismo juvenil? ¿O es un vanidoso con ego de mesías, lo cual es un prototipo de la izquierda de pose que tanto daño hace a la izquierda contemporánea? ¿Será en realidad un precursor, un visionario, un adelantado, o sea, lo dicho, un mesías? Qué va, lo he comprobado, no es el único que asume el sacerdocio laico que con vasectomía, con goma o -esto sería lo peor- con voto de castidad se autoinmola como futuro padre. Vaya por delante que cada vez que conozco a alguien ya talludito que me dice que no es padre o madre y que además se alegra mucho, le digo que le tengo una sana envidia, y le suelto una de mis matracas preferidas: la valentía, inconsciencia, gregarismo o, por qué no, instinto de ser padre y madre llevan aparejado un temor ya de por vida que no es por tu vida, sino por la de tus hijos: "Muy bien que haces, al final un padre es un proveedor de servicios: sanitarios, financieros, educativos, de seguridad, de transporte; también de amor, cómo no". Efectivamente, todos tenemos nuestra pose y nuestra frasecita de dudosa genialidad que soltamos como si fuéramos la leche de ocurrentes. Como la de este no-padre vocacional, que renuncia a tener churumbeles no ya por filantropía con el resto de la humanidad y con sus propios hijos nonatos que vendrían a un mundo cruel, sino para contribuir a la sostenibilidad del planeta Tierra. Por supuesto, el joven es blanco y caucasiano, y con pasaporte español. Lo busco en la entrevista, y no culmina su apuesta moral con una apostilla del tipo: "Para eso, mejor adopto un niño que nació con mala estrella".

Cientos de miles, millones de personas que sufren hambre, violencia, guerras, desesperanza y desesperación abandonan el lugar donde en mala hora nacieron para venir a otras latitudes donde poder tirar para adelante sin la condena a la miseria de por vida. Y lo hacen con sus hijos. Siempre ha sido así. Ellos no se plantean el compromiso individual con un mundo de infames desigualdades. Y en cuanto pueden, crían. La tasa de natalidad de la población inmigrante en Europa multiplica a la de los afortunados nativos de aquí… si es que se puede multiplicar por cero, porque muchos blancos jóvenes deciden no tener hijos, y en el mejor de los casos comienzan a tenerlos mucho más tarde de lo que lo hicieron sus padres. La comodidad, la falta de perspectivas estables o sus santas narices les llevan a dejar de contribuir a que la pirámide de población del país sea de verdad una esbelta pirámide, y no un botijo donde la mayoría es madura o vieja. Nadie es quién para meterse en lo que sobre este asunto de vital importancia -o sea, central en una vida- decida cada cual. De ahí al compromiso individual con la sostenibilidad del planeta va una pirueta mental no exenta de quien, enfundado su chambergo de gore-tex y con sus buenas gafas de pasta, nos recuerda que hay un apreciable porcentaje de ególatras de bajo perfil que se ha criado en la idea de que el centro del sistema solar no es el Sol, sino él (o ella). Seguramente, le entregaron el mando a distancia apenas con un añito.

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