Vox merece un puesto en la Mesa del Congreso y no permitirlo sería un grave error político. Es un partido abominable para gran parte de españoles, pero no es peor que otros que sí reciben requerimientos de Pedro Sánchez para formar parte de su futuro Gobierno o para permitirlo a cambio de exigencias intolerables e inconstitucionales.

Cuidado con caer en el error del cordón sanitario a Vox, pues del victimismo siempre se obtienen buenos réditos a poco que se utilice con un mínimo de cabeza, y puede provocar que en las próximas elecciones, cuando sean, Vox supere ampliamente la cincuentena de escaños con los que cuenta ahora, a no ser que Pablo Casado reaccione con inteligencia ante los errores de los rivales.

Nunca se ha visto que el tercer partido se quede sin puesto en la Mesa. Vox defiende principios que provocan rechazo, pero también lo provocan principios y propuestas de otros a los que nadie pone peros para sentarse en esa tribuna que además de decidir la agenda de las Cortes, cuenta con una importante remuneración extra para sus miembros. Si se respeta el resultado de las urnas hay que aceptar que Vox forme parte de la Mesa.

En esta España con una deriva incierta y preocupante, se tiende a ver normal que la izquierda radical llegue a lo más alto de las instituciones, que los independentistas se sienten en una mesa negociadora con el Ejecutivo al mismo nivel y que Sánchez cometiera la tropelía de calificar de conflicto político lo de Cataluña, lo que debió provocar miles de brindis en los círculos secesionistas. Se da paso a quienes promueven la independencia de España, la abolición de la Monarquía y tienen a sus dirigentes en prisión, y se promueve a vicepresidente del Gobierno a un político sin ninguna experiencia de gestión. Frente a estos disparates, se demoniza a un partido por hacer suyas las causas del franquismo y por no aceptar la Ley de Violencia de Género. Graves pecados, pero no mayores que lo que pretenden los socios de Sánchez.

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