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Un amigo, cuyo padre era aficionado a la fotografía, me hizo llegar cinco fotos en blanco y negro donde estábamos unos compañeros del colegio cogiendo lo que pudieran ser ranas en una riberilla de, aventuro recordar, la provincia de Badajoz. Calculo nuestra edad en alrededor de los nueve años porque fue allí donde me dieron los Quintanilla –así se llamaba esa familia navarra– el quedo de los gamusinos, que según la RAE son unos “animales imaginarios cuyo nombre se usa para dar bromas a los nuevos cazadores”. Yo no sabría decir si allí me la pegaron como novato cazador o novato pescador: en las fotos hay algunas en que estoy muy ofrecido en pleno río haciendo malabares entre dos rocas, como pescando gamusinos; pero recuerdo otra oscura noche cazando gamusinos con un saco entre los muros de una gañanía o zahúrda derruida en medio de la dehesa: desde el otro lado de un inestable paramento de hojas de pizarra, en el saco que yo sostenía iban entrando gamusinos. Que no eran sino piedras. Todavía me sonrío, no sin cierto dolor de orgulloso. Todavía recuerdo el miedo.
El siguiente titular es de esta casa editorial, de Huelva Información, de hace unos diez días: “Un policía acusado de introducir 365 kilos de cocaína en Huelva dice que pensaba que escoltaba criptomonedas”. Se trataba, pues, de un cargamento de criptomonedas que pesaba por lo menos lo que docena y media de gamusinos, y de los hermosotes. Las “criptomonedas” venían de Colombia, origen señalado de paquetes en el que no reparó el agente en trance de hacer una chapucilla y ganarse un extra sin placa ni uniforme. Es bien sabido –tómelo como ironía– que las criptomonedas van en barco de un lado para otro, que después bien puede que unos policías en días de permiso las escolten en carretera hasta un polígono industrial. Y es que alguien acreditado tendrá que custodiarlas para que no las robe cualquiera, o las cacen o las pesquen. Pero las criptomonedas tienen aún menos corporeidad que los gamusinos. No tienen ninguna, vaya: un cargamento de criptomonedas pesa lo que la palabra de algunos políticos o lo que los vuelos de un mosquito.
Un guardia civil y dos policías, incluido el custodio de los criptogamusinos, están en prisión desde septiembre de 2022. Dicen que fueron contratados como contravigilancia del convoy que, una vez arribado a puerto desde Indias, llevaría la droga de Málaga hasta Dos Hermanas (Sevilla), desde donde el alijo seguiría hasta las mismas narices de Huelva. Bueno, la historia sería mucho más genial si no fuera porque el policía dijo que creía que algo tan incorpóreo, inmaterial, intangible, inexistente y digital como una criptomoneda fuera a pesar un tráiler, sino que lo que el camión llevaba eran ordenadores que contenían dicha pasta espiritual, las cripto. Aunque, la verdad, “traigo ordenadores cargaditos de monedas invisibles, desde Cali hasta España, como cigalitas hembras repletas de coral” es la excusa más flipada que uno recuerde. Claro, que yo me creí que existían los gamusinos, y quise pescarlos y cazarlos con un saco. Igual es que el policía y escolta por horas estaba aludiendo a un criadero de gamusinos, a un camión repleto de ordenadores preñados de monedas a las que nunca ha visto ni verá nadie. Y quizá el ordenador –era coca, pero a lo que vamos– nunca los realizará en moneda de curso legal. En talegos, palabra que no sólo alude a billetes de colores. Ocho años de talego le piden al policía. Y una multa de 45 millones de euros, contantes y sonantes.
(Puede que el pretexto del policía no fuera tan hilarante, y a lo que se refería es a que el alijo consistía en unos pesados equipos u ordenadores llamados ASIC, específicamente fabricados para “minería” en la Red Bitcoin. Pero para ese viaje no hubiera hecho falta tanta escolta...)
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