Hoy no hay revuelo en las casas. De los percheros no cuelgan túnicas almidonás ni sobre las mesas del comedor hay ejércitos de capirotes. Hoy nadie estrena modelo para no tentar a la suerte y conservar las manos, hoy a la suerte se le piden otras cosas. Esta mañana ningún niño ha rebuscado entre sus cajones hasta dar con su bien más preciado: una enorme bola de cera. Hoy no se han oído gritos de júbilo al ver al primer nazareno caminar a paso ligero camino de su templo. ¡Mamá, el primero era de la Estrella!, creen escuchar mis soñadores oídos.Hoy los tacones no se estrenan y hoy no dolerán los pies. Hoy no habrá tapones en Cuna, cervezas en El Salvador para enganchar la entrada de la Borriquita con la salida del Amor; hoy la rampa que lleva al cielo está huérfana de niños que, ante la inquisidora mirada de la matriarca del clan, dejan marcadas sus nuevas ropas con tiznones de tradición.

Hoy las torrijas no saben a gloria porque la gloria está lejos de los sevillanos (y de los andaluces y de los españoles y de la humanidad). Hoy no se escuchan saetas ni se regalan trompetas a críos que no levantan un palmo del suelo y ya quieren ser un armao de la Macarena. Hoy no somos meteorólogos, hemos cambiado la profesión por la de epidemiólogos. Hoy no se mira al cielo, al menos no con los mismos ojos. Hoy no habrá Paz en el parque ni Amargura en San Juan de la Palma. Hoy no hay vuelta a casa con una chaqueta sobre los hombros, la de tu padre o la de ese primer amor de primavera. Hoy no hay madre que hable de un pelícano a los pies de una cruz, hoy no hay padre que se emocione en la primera levantá, esa que siempre va por Fulano, que hace años que no está. Hoy no tenemos abril -qué premonitorio Sabina- ni Semana Santa ni Domingo de Ramos. Hoy sólo tenemos Esperanza y, aunque ella no vaya a moverse de su basílica, estará con nosotros hasta que todo pase, como sólo saben hacer las madres.

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