Manuel cumplió ayer 86 años y lo celebró con sus cuatro hijos, en su país. Eso puede no parecer gran cosa, pero es algo absolutamente extraordinario para él. Manuel salió de España hace más de 65 años, escondido en un maletero, y son pocas las ocasiones en las que vuelve por aquí, cuánto menos con toda su familia. Siendo todavía menor de edad, Manuel cometió un delito terrible, se integró en grupo de estudio del marxismo, durante algo menos de dos meses. En ese tiempo se dedicaron a la peligrosísima actividad de leer libros, eso sí, de marxismo. Pero alguien los delató, probablemente un sereno, y eso hizo que él y su madre, que ya era viuda, dieran con sus huesos en la cárcel. Sí, en la cárcel. En la época de Franco la gente iba a la cárcel por leer libros. Después de más de un año presos, su madre consiguió que a Manuel le dieran la condicional, y se las apañó para que lo metieran en un maletero y lo sacaran a Francia por los Pirineos. Todo lo que los demás consideramos una vida normal se había esfumado de golpe. Su madre volvió a la cárcel por haberle ayudado a escapar, y él no pudo volver a España hasta muchísimo tiempo después. Desde aquel año, 1952, Manuel nunca ha tenido otra nacionalidad que la española, pero nunca jamás ha vuelto a vivir aquí. Apenas pudo volver a ver unas pocas veces a ver a su madre y durante casi 20 años no volvió a ver a su hermano mellizo. Vivió en otro país, se casó en otro país y tuvo hijos en otro país.

Pensaba en todo ello mientras íbamos en una furgoneta camino de Ronda, a visitar la tumba de su madre, con sus hijos y gran parte de sus nietos. Por el camino, Manuel les explicaba que ella no era de Ronda, sino que su padre fue ejecutado y enterrado allí, cuando Manuel era un niño, y, años más tarde, los hermanos quisieron que su madre reposara junto a él, a pesar de que ninguno de los dos era rondeño. La razón por la que vamos todos camino de Ronda, les explicaba Manuel a sus nietos, es simplemente que a su padre lo capturaron allí, y lo mataron de un tiro en la nuca. Manuel, sin embargo, les dice que se siente muy afortunado porque no lo tiraron a una cuneta, como a tantos otros miles con menos suerte. A diferencia de muchas otras familias, él sí que puede visitar la tumba de sus padres, y eso es algo que todavía le emociona profundamente. A él y a toda su familia, que ha hecho miles de kilómetros para poder acompañarlo en este momento. Pero yo, mientras le escucho, no puedo evitar pensar también en toda esa gente que cada día desprecia tan obsesivamente la memoria histórica, que nos dice que todo esto no es más que nostalgia de cuatro rojos rencorosos y trasnochados, que el franquismo es el pasado, y que hay que dejarlo atrás. Pero no se confundan, lo que quieren realmente no es que lo dejemos atrás, sino que lo olvidemos. Y ni podemos, ni queremos.

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