Que Miguel Ángel Oeste forme parte del comité de dirección del Festival de Málaga, además de un acto de justicia poética, es una gran suerte para la ciudad que le vio nacer. En unos tiempos en que los proyectos culturales parecen franquiciados y el mestizaje está a la orden del día, es hermoso comprobar cómo los talentos locales se miden de igual a igual con los referentes nacionales.

Miguel Ángel es un hombre discreto. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Su perfil es la antítesis de esos ególatras que colocan el pronombre yo por delante, aunque detrás de tanto mí, me, conmigo apenas haya vacío, gestores sin media bofetada cultural.

De ahí mi alegría al encontrar casos como el de mi amigo Miguel Ángel. Sí. Lo conocí en un tren regional camino del Festival de Huelva en noviembre de 1997. Comencé a seguirle en la revista Fotogramas y me interesé por sus textos, siempre densos y certeros.

Viene este flashback a propósito del vigésimo aniversario de la inauguración del Centro Cultural de la Diputación en la calle Ollerías, ahora llamado María Victoria Atencia. Porque cuando todavía olía a madera recién estrenada, en el 2000, Miguel Ángel y un servidor presentamos un libro hermosamente editado sobre la figura de Buñuel. A mí, que era el que venía de lejos, me tocó glosar el talento del autor que jugaba en casa. Un hombre de letras, con un profundo bagaje intelectual, al que debíamos seguir la pista.

Su incorporación al equipo del Festival, y poco después al escalón más alto del organigrama, me hizo inmensamente feliz. El sólido equipo formado por Moisés Salama, Mirito Torreiro y Fernando Méndez-Leite, tiene en los malagueños Juan Antonio Vigar y Miguel Ángel Oeste su mejor y más brillante denominación de origen.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios