Revisión del salario mínimo, reforma laboral, de las pensiones, política de vivienda, la factura de la luz, el ingreso mínimo vital, las leyes trans, de igualdad, del sí es sí, la monarquía, la plenitud de la democracia... los desencuentros entre los dos socios del Gobierno de coalición se robustecen y la calma chicha del primer año de maridaje entre el PSOE y Unidas Podemos está siendo relegada a marchas forzadas al rincón de pensar haciendo de las turbulencias el pan nuestro de cada día en Moncloa.

El afán de protagonismo de los de Pablo Iglesias es la madre del cordero. Las encuestas -todas, incluido el amigo CIS- reflejan un paulatino declive de la formación morada en la intención de voto inversamente proporcional al auge de sus coaligados mayoritarios en el Consejo de Ministros. Los morados tratan de no diluirse en el magma socialista. Iglesias defiende la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno del PSOE porque está "cambiando cosas", aunque emite señales (más o menos teatrales) de hastío: "A lo mejor llega un momento en el que tenemos que decir hasta aquí hemos llegado", rezonga el vicepresidente segundo del Gobierno, que acusa a sus socios de incumplir sus acuerdos , aunque da la sensación de que sus pataletas tienen mucho más que ver con su empeño en hacerse visible bajo la férula de Sánchez que con discrepancias profusas.

Pero hay una por la que pasa la línea de flotación de un Gobierno en franca minoría y que precisa ayudas puntuales... como la de ERC. Podemos ha votado en contra de levantar la inmunidad de Puigdemont en el Parlamento Europeo y ha abierto otra brecha en Moncloa; un golpe al independentismo que ha coincidido con la revocación del tercer grado que la Generalitat concedió al ex vicepresident Oriol Junqueras, cuatro ex consellers y los Jordis. Un doble varapalo para las ansias secesionistas que retumba en Moncloa, con sus dos inquilinos en gresca permanente y ahora amenazados por el casero (ERC) que en buena medida los faculta : "Si siguen así lo acabarán celebrando en sus casas, y no en Moncloa", sentencia Gabriel Rufián, dolido por el júbilo socialista ante el portazo de Bruselas.

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