Finnegans Wake, de Joyce, es un Aleph, eso que Borges describe como una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor, y como el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe.

Finnegans Wake es como el libro de arena, también del inevitable Borges:

Los caracteres me eran extraños […] se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Finnegans Wakees inacabable; de hecho termina con una frase truncada:

A way a lone a last a loved a long the

que sigue con la que abre el libro: riverrun, past Eve and Adam's…

Traduzcamos -es un decir-. El final sería:

Un camino un solitario un postrer un amado un largo el, pero también podría ser Fuera solo por fin un amado junto al

Para las palabras de arranque, Marcelo Zabaloy (autor de la única traducción completa al español del asombracadabrante texto) propone:

riverrante, pasando Eva y Adán, de curva ribereña a codo de bahía, nos trae por un comodioso vicus de recirculación de vuelta a Howth Castle y Environs.

Salvador Elizondo, que tradujo un pequeño fragmento, propone:

riocorrido más allá de la Eva y Adán; de desvío de costa a encombadura de bahía, trayéndonos por un cómodio vícolo de recirculación otra vuelta a Howth Castillo y Enderredores.

Ya van viendo ustedes el cariz del asunto.

Está permitido creer que la literatura es la porfía por reconstruir un universo. De tal porfía, FW es el más consumado esfuerzo y para su titánica misión, Joyce recurre a los sueños; así rompe las cadenas de la lógica cotidiana.

Para ello ha de recurrir a un lenguaje demoniaco y a una técnica reivindicada por Dada: el collage, que él lleva al paroxismo. Sólo así caben dos mil años de historia en 600 páginas: arte clásico, pop, ciencias, folklore, mitos, lenguas, artistas, batallas, religiones… el catálogo no tiene fin. Además, su carácter onírico lo transforma en una lectura lisérgica: los límites de las cosas quedan disueltos. Es difícil saber quién sueña -y habla- en cada momento: ¿Anna Livia Plurabelle? ¿King Mark? ¿Humphrey Chimpden Earwicker? ¿Shaun, alias Chuff, alias Jaun, alias Yawn? Alquimia. LSD. Lucy in the Sky with Diamonds.

La desmesura del lenguaje -es un caosmos, dijo Umberto Eco-, sus torrentes de palabras, aliteraciones, onomatopeyas, neologismos, mezcla de dialectos, léxicos y jerigonzas crean una densidad verbal jamás vista. Inimaginable. De ella, Torrente Ballester dijo, finamente, que trabaja como un gigantesco sistema de contaminaciones entre palabras. O sea -interpreto yo a Torrente- que es una obra cancerígena, con sus células -las palabras-desbocadas en incontenible metástasis.

Desbocadas, pero no opacas. Antes bien: palabras transparentes. Al mirarlas con atención se ven capas y más capas de significados, referencias y connotaciones, y hay que aguzar la vista para discernir unas de otras; pero funcionan todas, tanto si se las distingue como si se las confunde en una sola.

Cuando Peninsular War se convierte en Penisolate war, entonces junto a Wellington surge un pene aislado -penis-isolate-, pero también una pluma igualmente aislada o isleña -pen-isolate-. La palabra Venisoon superpone venado -venison-, a muy pronto -very-soon- y hasta a Venecia -Venice- allá en el fondo.

No conozco obra literaria más innovadora, vilipendiada, odiada, ambiciosa, admirada y ensalzada. Es, por tanto, indispensable. Finnegans Wake es el libro indispensable más dispensado. Es su destino.

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