Análisis

francisco andrés gallardo

El Paseo de La O en este abril sin feria

En una primavera maniatada por las noches y con la nostalgia (y ganas) de feria arañando por dentro a los sevillanos, un tapeo y un tardeo por calles íntimas de Triana viene a ser calmante. Esta es una sugerencia local y una invitación al resto de andaluces cuando la movilidad lo permita.

El Paseo de La O, a espaldas de la capilla que da nombre, entre el tramo de la ribera que va desde el mercado, tripa y copeo trianero, y el Altozano hasta el puente del Cachorro, es un tramo más bien desconocido. Un rincón lleno de encanto donde en estos días suenan sevillanas y palmas a falta de bailarlas a la luz de estas tardes anchas.

Es un Guadalquivir con menos turistas, tutelado por la estatua a Trajano, a la vera del castillo de San Jorge. Es un paseo que se remozó hace unos años y entre sus pasos parecemos buscar una fuga secreta.

En un entorno así los platos también saben mejor y el fino o la cerveza saben más frescos, mejor que en una caseta apretujada, si nos vale el consuelo en esta primavera de pandemia.

Por ese paseo de La O las vistas de remeros y piragüistas se relajan entre los búcaros de Lola Cazerola, una sincera terraza donde nunca falta la música, o La Barca de Calderón, con ensaladillas y risottos que acompañan a una inevitable manzanilla.

El restaurante De la O (una sorpresa si se accede desde Gracia de Triana) hace honor donde se ubica, un local con interior de madera y jardín berlinés al fondo que en estos días se realza con su terraza en alto. Es la casa de un amigo que se brinda a traer lo mejor del día, tal como concibió su propietario, el arquitecto Manuel Llerena, que quiso centrarse en su vocación culinaria.

La carta cambia cada día, con platos más o menos fijos, aprovechando las temporadas con el espíritu del kilómetro cero. Como entrantes, el ajoblanco y el foie de pollo de campo y calabaza con el que dar paso a una milhoja de carrillera y curry rojo o a unos berberechos y rematar con las brasas: solomillo de vaca, abanico ibérico o el tan cuaresmal bacalao. La influencia de Aponiente, donde estuvo Llerena, se percibe en las texturas. En todo caso, déjese llevar por las recomendaciones en la sala de Juan Carlos, que incluso le puede sugerir alguna sorpresa literaria.

De postre, las tablas de queso, la torrija o los tres chocolates, una culminación dulce entre el verdor de la ribera trianera, antes de volver al paseo y apurar una tarde primaveral que permite contemplar Sevilla con ojos de visitante: una actitud sanadora en el año de la no-feria, cuando los sabores y la íntima compañía de unos amigos al menos permiten calmar la nostalgia.

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