Visto y Oído
John Amos
el poliedro
No sé si usted sabe -yo, no- cuánto cuesta al erario público un cuidado médico: una gripe, un esguince que nos hicimos jugando al pádel, una PCR, una ecografía, un parto o un infarto, un tratamiento de una enfermedad a la postre fatal. Hace unos días, trajimos en estas páginas a colación este asunto: el coste de la medicina pública, adonde todos -en este país- acudimos a unas malas. Cuánto cuesta tratar a un paciente sin que cuente la renta o patrimonio de quien podría morir o, por así decir, quedar tocado. Al hilo, algunos lectores recordaban que la cantidad que se gasta en estos cuidados estaban infladas por la falta de eficiencia: como que se tirara con pólvora del rey. Algunas de estas opiniones acababan concediendo que cuando la desgracia embistió a ellos o a sus allegados, la sanidad pública tuvo un desempeño excelente. Hecho este quite, el derroche y la mala gestión de los recursos se ponían en el punto de mira. Supuestos derroche y mala gestión. En esos momentos graves. Fuera de ahí, cuando la fatalidad es de otros, alguna gente se pone severa, y denuncia, y apela a un calvinismo y a la vis económica (tan necesaria): mis impuestos, mis cotizaciones, la insoportable levedad del aparato del Estado. Mezclando en una coctelera la ideología y la severidad de la vida.
Indaga uno. Cuánto, cómo y dónde se gasta en España en el sistema de salud universal (que no gratuito) que nos damos. Se topa uno con periódicos que afirman en sus titulares que, por ejemplo, la Comunidad de Madrid gasta menos por habitante y que -alehop- eso es porque da un mejor servicio, porque ellos -los de turno- saben gestionar la cosa pública como una empresa. Es de temerse que éste es un caso de rábanos por las hojas. Es decir, que se obvia que un territorio más rico no sólo tiene mayor complementariedad de la sanidad privada -necesaria, huelga decirlo-, porque la gente con posibles nos apoyamos por comodidad en ese sistema alternativo que, a la postre, se nutre de una función pública y de sus fondos. Sino que también los mayores hospitales y galaxias sanitarias -públicas, cabe reiterar- consiguen economías de escala ("donde comen cuatro, comen seis"). Permitan algunos datos, sin ánimo de hacerlos soberanos; sí indiciarios.
Los países de la UE que en proporción de su PIB dedican más dinero a la salud pública y a sus convenios privados son, a saber, Alemania (casi un 10%), Francia, Dinamarca, Países Bajos, Austria, Bélgica, Finlandia. Los más ricos y, lo que suele ser lo mismo en Europa, desarrollados. Algunas almas se escandalizan porque en España se dedique o dilapide -no es así, claro- alguna parte del 6,5% español en cuidar a propios y hasta a extraños, y hasta a abusadores. Abusos y dispendios que lucen mucho para el blablablá, pero que son pocos en montante total; lo cual se la trae al pairo al profesional sanitario, que va a lo que va: a cuidarte y hasta salvarte. Como usted y yo esperamos que sea. A unas malas, desnudos todos en un hospital. Es conmovedor -por así decir- escuchar a apóstoles de lo privado abominar de la falta de eficiencia en el gasto en estas cuestiones.
Mientras, una iguala en una aseguradora privada te acaba derivando a sus urgencias en una clínica -las urgencias privadas convergen en sus modos con las públicas que es una barbaridad- porque los especialistas -mal pagados- tienen las "agendas cerradas". Al final, parece que ir a urgencias es la forma de ser tratado antes de que sea tarde, también en la sanidad costeada por la mesocracia, que en el fondo se costea en buenísima parte por los presupuestos del Estado, y de sus comunidades autónomas. Protejamos lo que tenemos. Contemos nuestras bendiciones, no las maldigamos según y cómo nos afecte la cosa.
También te puede interesar
Lo último