Análisis

rogelio rodríguez

Salvar vidas y salvar a España

El que dice una mentira suele estar obligado a inventar veinte más para sostenerla

Ningún miembro del Gobierno ha leído a Alexander Pope. De haberlo hecho, alguno de los ministros habría advertido que el que dice una mentira suele estar obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de la primera. Pedro Sánchez y su Ejecutivo han superado con amplitud la cifra que establecía el eximio poeta inglés. El inicio de la farsa tiene varias fechas, pero quizás la más señalada sea el 31 de diciembre del pasado año, cuando el líder socialista firmó el acuerdo de coalición con quien hasta ese día llenaba su almohada de espantosas arañas, a la vez que obtenía el apoyo para su investidura de los rebeldes separatistas de ERC, cuyo jefe, Oriol Junqueras, estaba ya entre rejas, y del travestido nacionalismo vasco.

El cambio progresista que pregonaban los concitados al festín del poder cristalizó de inmediato en una negociación de igual a igual con los soberanistas catalanes, en sacar la momia de Franco del Valle de Los Caídos, lanzar sierpes sobre el tejido económico, ensalzar los valores de la II República y alentar las fervientes reivindicaciones del feminismo militante. El Gobierno de coalición campaba a sus anchas ante los ojos atónitos de la España moderada y las retinas sanguinolentas del otro confín ideológico. Sin embargo, solo han pasado 122 días y ya nadie se acuerda de todo aquello.

Estábamos embebidos en la incertidumbre que creaba un Ejecutivo heterogéneo, disforme en numerosas carteras, basado en la ambición de dos líderes instruidos en la trampa populista, cuando de repente ocurrió lo indecible. No uno de esos hechos que, aunque insignificantes en apariencia, también pueden cambiar el rumbo de un país, no, sino algo mucho más impensable que ha paralizado la historia y nos ha sumido en el mayor drama desde la Guerra Civil: la pandemia del coronavirus. En un santiamén, desde finales de febrero, casi 25.000 personas fallecidas, más de 214.000 infectadas, 300.000 empleos destruidos, más de 550.000 afectados por los ERTE, más de un millón de hogares con todos sus miembros en paro y miles de empresas en bancarrota.

Un presente agónico, encomendado a la vara mágica de la ciencia, y un futuro a expensas de un Gobierno presidido por un egocéntrico funambulista que camina sobre una cuerda sujetada en un extremo por sus ingratos y radicales socios de Podemos y, en el otro, por sus ariscos compinches soberanistas. Y, enfrente, entre gemidos de impotencia, un PP de puño impreciso y todavía abstracto, en disputa electoral con un partido en estado crítico, Ciudadanos, y con otro, Vox, enfangado en necios fanatismos.

La gravosa fragmentación puede concretarse cuando se vuelva a votar el estado de alarma. Dependerá de la factura que Sánchez esté dispuesto a pagar al nacionalismo chantajista. El líder del PSOE está capacitado para el riesgo, pero muchos de los suyos comienzan a renegar de su apego al abismo. Lo ha dicho el jefe socialista del Gobierno de Aragón, Javier Lambán: "Salvar vidas está muy por encima de salvar políticamente a Pedro Sánchez". Debió añadir: y salvar a España.

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