A los políticos independentistas, a los socios de la ANC y cosas así, y a los directivos del FC Barcelona y otras peñas que no merecen el título de clubes sólo les queda la foto. La bronca, la algarada, la calle ardiente, como si la masa desesperada fuera el último jirón de una esperanza imposible. Oh. Sólo les queda el ruido de ese pacifismo de escupitajos. El secesionismo necesita imágenes para exhibir internacionalmente su tozudez, su resistencia de adolescentes malcriados y su resiliencia de pensionistas caprichosos. Y los demás, a callar. A seguir escondiendo sus ideas.

En su traición veterana ya no tienen bastante con las aulas secuestradas por doctrinas y acentos curvos, las universidades financiadas, los curas malvados, los contertulios latosos de TV3 y los sktetches sin gracia de Polònia. No tienen bastante con la imposición exagerada y tóxica del catalán, con toda esa normativa encaminada a alejar Cataluña del resto de España; a fermentar los odios y conflictos; a sostener, con resquemor inusitado, un supremacismo excluyente, de racismo larvado, impropio de la Europa de hoy.

Todavía les queda el negocio. Un monigote desnortado y un predecesor con cuentas jugosas por las montañas. Les queda toda la iconografía de leyendas y mitos falseados, sus ideas preconcebidas y ese victismo burdo, como si fueran únicos, con el que van alardeando sus voceros millonarios. Lo tienen todo: dinero público a espuertas para seguir financiando sus operetas e incluso competencias para hacer la finta a la justicia y persistir en el desprecio, en los complejos de superioridad de sus ínfulas imaginarias. Habla de venganza quien ha hecho de su existencia una infinita venganza de lejanas afrentas.

Les queda ocupar horas en Al rojo vivo y unos Telediarios que han estado en su sitio. Habrá más. Más de lo mismo. Y lo que aún tendremos que seguir viendo. Otra vez los piquetes y el rencor enarbolando banderas.Sigue la misma comedia, pero como si fuera una temporada de más encargada por Netflix, apurando una historia agotada.

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