Análisis

Tacho Rufino

Yo a Torremolinos, tú a Saturno

Entre la vanidad del todopoderoso y la estulticia del novelero, se alumbra un nuevo mercadoBranson, Bezos, Musk: el turismo espacial tiene futuro. Hay gente para todo

Hay conceptos de estrategia empresarial que se pueden aplicar a circunstancias que distan siglos en la historia; en edades del hombre pretecnológicas y tecnológicas -si la tecnología es sinónimo de digital, que no lo es, pero lo aceptamos por ir al grano-. Uno es la llamada ventaja del primer entrante, mala pero útil traducción del término first mover: el que mueve primero, el que da el primer golpe, suele fijar su estándar técnico. Establece las pautas de relación entre el nuevo producto y su mercado potencial, además de conseguir -con el riesgo previo de morir y perder su inversión- los mejores proveedores y las primeras relaciones institucionales. El pionero puede hacerse de oro; los que siguen la estela del cometa descubridor van a remolque. No siempre es así, porque la historia está granjeada de pioneros ignorados, o que fueron aplastados por nuevos entrantes con mejores contactos o, sobre todo, con músculo financiero; copiones que se comen al chico creador, como hace buen pez grande. Es plausible afirmar que quien establece un nuevo paradigma consigue ventajas, incluso monopolísticas: no deja de ser ley de vida. Otro concepto estratégico que está relacionado con el mercado, es decir, con el cliente, el usuario, el turista: en el binomio producto-mercado, se requiere la media naranja del oferente. Para compensar tu inversión, debe haber gente suficiente que quiera y pueda pagar por tu novedad.

En los últimos días, Richard Branson y Jeff Bezos se han dado un garbeo por el espacio, en un movimiento de cara al público por hacer ver "yo soy el primero, o no soy el segundo". El mercado de promisión que buscan se llama turismo espacial. Parece que hay gente que estaría dispuesta pagar una pasta por orbitar -permitan mi ignorancia, que es astronómica-, y los primeros entrantes, junto con Elon Musk el dueño de Tesla, apuestan por un mercado que poco a poco cogería masa crítica. Incluso tendrá su versión low cost cuando el ciclo de vida del producto del cohete alienante -por extraterrestre- llegue a su etapa de madurez y surjan las versiones masivas y democráticas: tú a Torremolinos, yo a la estación orbital de los anillos de Saturno. Si hay gente que paga por tirarse por un barranco, por qué no va a haber gente que quiera hacerse un 2001, pero sin la poesía aterradora de Kubrick y sin odisea. "¿No has estado en la estratosfera? No sabes lo que te pierdes, cuñao?". Sin descartar que los tres pioneros -Branson, Bezos y Musk- sufran el síndrome del omnipotente insatisfecho, la fiebre del oro espacial tiene un componente empresarial: los analistas saben que aquí "hay tema".

Los de mi generación ya asistimos a la lucha entre empresas estadounidenses, holandesas y japonesas por el establecimiento de un estándar en la videorreproducción: VHS, Betamax y Vídeo 2000. Era un esquema competitivo ganar-perder -uno gana, los demás pierden-. Uno triunfó. Dos fracasaron, y se vieron obligados a seguir la estela del primer entrante, el ganador, como un ciclista que hace "la goma", arrastrado en su pedaleo tras el líder exultante. En el liderazgo del turismo espacial que se dirime ahora parece haber más colaboración tecnológica, y puede que entre los bomberos no se pisen la manguera: que los Buzzlightyear de este Toy Story galáctico tengan todos cancha y compartan saberes. Algunos somos espectadores asombrados de este empeño que transita entre el narcisismo del aventurero y la estupidez del gregario. Es una opinión, claro está. A mí, por si les vale, la privatización del espacio sideral me la trae al pairo. La montaña rusa ya me parecía masoquismo. Prefiero una mili en Sidi Ifni que una tourneé en nave espacial. Eso va en gustos.

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