Joaquín Aurioles

Universidad de Málaga

El andalucismo complaciente del 28-F

Desde 1980 empezó el declive del andalucismo porque el proceso de autonomía política que se inició entonces se ocupó de desactivar el espíritu reivindicativo imprescindible para su existencia

El andalucismo complaciente del 28-F

El andalucismo complaciente del 28-F

Todos los 28 de febrero asistimos al mismo episodio de exaltación andalucista. Los medios de comunicación se suman a la proclamación de las excelencias y potencialidades que ensalzan los portavoces institucionales, mientras se entregan premios y medallas a nuestros vecinos más insignes, los niños aprenden el himno y los mayores aprovechamos para refrescar las estrofas olvidadas. También algún recordatorio a las desdichas más recientes, como este año al Covid-19, que resulta muy útil para introducir la emotividad y para moderar prudentemente el espíritu festivo.

Andalucía existe y aprovecha la efeméride para celebrarlo con dignidad y dejando insinuarse el andalucismo que todos, en mayor o menor grado, llevamos dentro. Lo ha hecho durante 40 años en los que muchas cosas han cambiado a mejor, pero que, sin embargo, produce en los andaluces más sensación de frustración que de orgullo. En la conmemoración festiva del 28-F no caben los recordatorios al desempleo o al fracaso escolar, pese a tratarse de los mismos problemas que la autonomía política reivindicada en la calle prometía resolver. Siguen estando ahí, pero el espíritu reivindicativo de entonces parece haberse aplacado hasta caer en una conformidad que a veces ha podido confundirse con resignación.

Otras dos efemérides de exaltación andalucista son la conmemoración del fusilamiento de Blas Infante (11 de agosto) y el 4 de diciembre. La primera consiste en un acto marcadamente institucional en el que las organizaciones políticas acaparan todo el protagonismo, sin otro espacio para la reivindicación que el que a codazos consiguen algunos nostálgicos del andalucismo político, cuando los representantes institucionales abandonan el kilómetro 4 de la carretera de Sevilla a Carmona. El 4 de diciembre, por el contrario, está cargado de reivindicación andalucista, especialmente en la esquina de la Alameda de Colón malagueña donde cayó asesinado García Caparrós. Ni es una celebración festiva ni aparecen por allí representantes de las instituciones oficiales y curiosamente por ello es probablemente el más emotivo de todos.

El andalucismo de cara amable se incrusta fácilmente en cualquier discurso político porque carece del aderezo excluyente o supremacista de otros nacionalismos, además de no incomodarle España, siempre que la dignidad y el interés de los andaluces sean respetados, pero no tiene utilidad alguna porque se ha despojado de su carácter reivindicativo. Entre el 4 de diciembre de 1977 y el 28 de febrero de 1980 el andalucismo político vivió su etapa más fecunda, pero a partir de esta fecha se inició un lento pero inexorable declive hasta su práctica extinción.  Sigue existiendo lo que los sociólogos llaman el andalucismo sociológico, que es lo que sus encuestas recogen como sentimiento de pertenencia a un pueblo con historia y cultura propia, aunque sin ningún tipo de reflejo político. A la incapacidad del Partido Andalucista para conectar con la dimensión política de esta conciencia para mantener activo el espíritu reivindicativo de los andaluces y vigentes los postulados del andalucismo histórico se le achaca buena parte de las culpas, pero tendemos a ignorar la existencia de otras causas.

A la progresiva desaparición de la energía reivindicativa contribuyó el desarrollo del sistema de bienestar que las rentas transferidas desde el resto de España y Europa permitieron financiar. Sobrevivir en el desempleo y con las necesidades básicas cubiertas es menos doloroso que la emigración, pese a condenarnos al atraso secular y a las altas tasas de paro que hemos padecido durante todo este tiempo y seguimos padeciendo. Incluso el fracaso escolar es mucho más llevadero que la falta de escuelas o el analfabetismo del pasado siglo. El progreso y el bienestar también han sido paralelos al desarrollo de un poderoso entramado institucional interesado en inculcar un sentimiento conformista con el proceso autonómico. Nos ofrecieron subsidios y subvenciones para calmar nuestras dolencias y decidimos aceptarlos. Apareció una nueva élite que supo aplacar la energía reivindicativa de los años iniciales, aunque sin conseguir hacer desaparecer la sensación de frustración que produce la perspectiva del largo plazo.

Una segunda causa es el carácter extractivo del enfrentamiento político en España, que ha conseguido imponerse de manera abrumadora en nuestra comunidad a la débil energía inclusiva que pudiera ofrecer el andalucismo reivindicativo. El desarrollo del conflicto en la escala española tiene una naturaleza marcadamente ideológica, al que Andalucía contribuye de manera decisiva por el tamaño de su población, aunque apenas se limite a nutrir adecuadamente de votantes a los ejércitos que participan en las contiendas. Las prioridades se concentran en otros territorios, mientras nuestros problemas encallecen con el consentimiento cómplice de nuestros representantes políticos, acomodados a la apatía reivindicativa del andalucismo del siglo 21.

El 28 de febrero de 1980 se inició el declive del andalucismo porque el proceso de autonomía política que se inició entonces se ocupó de desactivar el espíritu reivindicativo imprescindible para su existencia. La celebración hace apenas un mes de una nueva conmemoración de la efeméride volvió a ofrecernos una representación de su descafeinada versión actual. Una cortina de humo que envuelve a nuestra realidad más problemática, pero que no impide que nos deleitemos en la autocomplacencia.

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