Análisis

joaquín aurioles

El falso dilema entre la economía y la salud

El coronavirus ha terminado por llenar, hasta rebosar, la alforja de los dilemas. Uno de los últimos es la falsa confrontación de intereses entre economía y salud pública. No es cierto que haya que elegir entre una y otra como si fueran excluyentes, olvidando que a ambas les ha correspondido el papel de víctimas en esta guerra y que pocas veces han existido tantas razones para la complicidad.

Los falsos dilemas pueden proporcionar, si los escrúpulos son lo suficientemente escasos como para soportar su digestión, importantes réditos políticos. En su versión más radical, el dilema entre salud y economía puede resumirse en que, si el confinamiento frena el contagio y es una buena medida de salud pública en tiempos de pandemia, pero perjudica gravemente a la economía, entonces existe un conflicto de base entre sus intereses. Planteado el dilema en estos términos, la demanda de limitar el confinamiento a lo necesario, con el fin de minimizar el daño a la economía, corre el riesgo de señalarse en contra de la salud pública o de defender intereses particulares frente al general. A partir de este punto, las proclamas en defensa de una sanidad pública pueden fácilmente derivar en el descrédito de la privada por los "opacos intereses empresariales" que hay detrás de ellas y situarnos frente a otro falso dilema: el de la sanidad pública o privada.

Nuestro universo de incertidumbres nos convierte en víctimas propiciatorias de falsos dilemas. De esos que no existen en realidad, porque las opciones no siempre están cerca de los extremos en los que se nos invita a realizar nuestra elección. Hay multitud de ejemplos, como el de estudiar lo que te guste o lo que te permita vivir mejor; libertad o seguridad; o gobierno de un determinado color o el caos. El miedo al sufrimiento por las decisiones equivocadas es lo que lo que nos sitúa frente a los falsos dilemas. El mismo miedo que llevó a Unidas Podemos a defender el dolor como arma política durante la campaña electoral de 2016.

Podría parecer mezquino traerlo a colación en estos momentos, cuando detrás del sufrimiento existe un número de muertes tan elevado, si no fuera porque todo parece indicar que la estrategia sigue vigente. Seguramente porque la izquierda más radical es consciente de que los beneficios de la instrumentación política del sufrimiento mejoran con la pandemia y el aumento de los indefensos, frente a lo que una sociedad no tiene más remedio que reaccionar.

El individualismo militante de tiempos normales rechaza la politización del padecimiento colectivo alegando la naturaleza personal del sufrimiento, pero en tiempos de crisis esta posición es difícil de defender. Todos somos vulnerables frente al Covid-19, pero el dolor no se difunde de forma homogénea y menos entre clases sociales, lo que eleva la receptividad a las propuestas de cambios en las estructuras sociopolíticas que mejoren la protección de los más indefensos. La política tiene que funcionar en tiempos de crisis, incluida la limitación de derechos y libertades a cambio de seguridad, sobre todo si en ningún sitio se prohíbe cosechar ventajas políticas de las calamidades.

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