Análisis

Tacho Rufino

Nada es gratis,o casi

La gratuidad innegociable de la sanidad pública es un eufemismo: sus costes para todos son de primer orden; así con todoLa proporcionalidad fiscal puede que se esté dinamitando: oh, Andalucía, ¿qué harás?

La pasión por la gratuidad es un rasgo humano muy común. No hablamos exactamente del gorrón, que si bien es un apasionado de no pagar por lo que consume, lo es por un vicio de tacañería que cursa con falta de respeto a sus congéneres, amigos incluidos. El entusiasta de comer y beber, viajar o de efectuar cualquier otro consumo sin retratarse correrá cual cuatrocentista tras un plato de paella hecha engrudo en una verbena de barrio, como si fuera caviar de beluga, y cogerá cinco toallas en un gimnasio si el derecho al trapo se incluye en su tarifa, y beberá güisquis, dejándolos a medias, en la barra libre de la boda como si no hubiera un mañana. Y abusará -esto es ya grave- de las dependencias ambulatorias y de urgencias por cotillear, por matar el aburrimiento o por calmar su hiponcondría. El gratuista o gratuitómano tira al suelo los papeles, las colillas y los chicles, algo que nunca haría en su inmaculada casa, porque alguien recogerá sus desechos. He ahí la clave: alguien paga por eso. El gratuista exclamará: "Esto se paga con mis impuestos". Impuestos que, seguramente, no paga, más que por consumir… cosa que, pudiendo, hace de gorra.

No es a coste cero ni siquiera el maltrato a los allegados, porque suele suceder que donde las dan las toman, aunque sólo sea en forma de karma de retorno: el destino te hace hocicar tarde o temprano, o el arrepentimiento te corroerá. No es gratuito siquiera el amor materno o paterno; es abnegado y es a costa de los intereses egoístas -y lícitos- del progenitor, que puede que acabe abandonado, lo cual es todo menos gratuito: tal coste, personal si quieren, es inmenso. Nada, o casi, es gratis: lo comprobó Fausto, que vendió su alma a Mefistófeles y finalmente tuvo que pasar por caja de forma amarguísima. Yerra o hace demagogia quien habla de una sanidad pública "gratuita", o la promete o la exige al máximo nivel sin hacer consideración alguna de viabilidad. Porque tal cobertura (a la cual debemos defender sin ambages y sin escuchar los cantos de sirena de los intereses privados que quieran suplantarla) cuesta dinero, mucho, y el dinero tampoco es gratis: se llaman impuestos. Que, por cierto, no todos pagamos por igual, como se exige a cualquier sistema fiscal decente o digno. Y a esto vamos. A la asimetría fiscal. ETA y el procés, aunque sean cosas por completo distintas, han sido o son catalizadores de este proceso.

El poder no es gratis. Formar Gobierno no lo es tampoco: miren los costes que tiene para Pedro Sánchez (no sólo…). Lo hemos visto esta semana con unas reuniones inter pares entre los presidentes de España y Cataluña. No es gratis ceder Seguridad Social y Paradores al País Vasco. ¿Cuál es uno de los costes de todo esto? Pues que Andalucía y otras regiones pierden: no tenemos palanca para el mercadeo y el cambio de estampitas (legal, sí, ¿legítimo?). Terminamos copiando aquí -gratis…- a Joaquín Aurioles el párrafo final de su Descentralización y desigualdad del jueves: "… En el caso de España, y también en el de otros países, las principales reivindicaciones de descentralización provienen de las regiones más ricas y probablemente con menor desigualdad interna. Cuando el principal mecanismo de redistribución de rentas es una fiscalidad progresiva o proporcional, el votante mediano en una región rica considera que la suya será contribuyente neta, con el consiguiente perjuicio para las políticas internas de bienestar. Por el contrario, el votante mediano en una región pobre y desigual demandará instituciones potenciadoras de la redistribución, tanto a nivel regional como estatal. Este conflicto de intereses lleva a las regiones ricas a demandar excepcionalidad fiscal y bilateralidad con el Estado y a las pobres multilateralidad y reglas de juego claras comunes".

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