Análisis

rogelio rodríguez

La gravedad del paciente España

Si la izquierda radical estuviera en la oposición, la conflictividad social habría tomado la calle

Todas las analíticas confirman la enorme gravedad del paciente llamado España. Rebrota la pandemia. Cada día batimos récords de contagios desde el final del estado de alarma, con una media que nos retrotrae a los traumáticos días del confinamiento. Y, por añadidura, se agudiza el descalabro económico en todos los sectores, de manera tremebunda en el turístico. El déficit del Estado se disparó en junio hasta el 371% y la Encuesta de Población Activa arroja datos desoladores, con más de un millón de nuevos parados y una tasa de desempleo juvenil del 40%, la más alta de Europa, donde la media está en el 16%. Si con estos resultados, no sólo achacables a la mala gestión del Gobierno, la izquierda radical estuviera en la oposición, la conflictividad social habría tomado la calle, incluso en el supuesto de que el PSOE gobernara a solas.

Una situación dramática, con visos de empeorar, que el Ejecutivo de coalición afronta con fatua verborrea tras ceder sus más perentorias responsabilidades a gobiernos autonómicos que manipulan las cifras de enfermos con infausto interés partidista o, simplemente, las desconocen por falta de medios y justifican su impotencia con mentiras que emulan a las que emite el sanchismo, como ese aireado comité de expertos sanitarios cuya inexistencia acaba de reconocer, sin el menor sofoco, el ministro de Sanidad, Salvador Illa. Un deplorable esperpento general que se licua en la conciencia de un pueblo narcotizado por la tragedia.

La dirigencia política no concede un resquicio de consuelo y, una semana más, el pleno del Congreso ha añadido otra página a los anales de la vergüenza, con un presidente del Gobierno engolado, que exhibe como gran conquista propia la millonaria ayuda que, bajo determinadas condiciones, la Unión Europea ha concedido a España, que no a él, que no para desarrollar el programa que pactó con Pablo Iglesias y que Nadia Calviño se ocupa de transfigurar ante las autoridades de Bruselas. Pedro Sánchez compareció henchido de gozo y aclamado por la servil bancada socialista, cuya numerosa asistencia, ordenada desde La Moncloa, contravenía las normas anti-contagio, previo consentimiento de la presidenta guiñol de la Cámara, Meritxell Batet.

Y si "España huele a izquierda cobarde", como dice el abanderado diputado republicano del independentismo catalán, Gabriel Rufián, aunque por motivos muy distintos a los que interpreta este cronista, la derecha hiede a impericia y miseria política, sobre todo cuando actúa de portavoz el extremista Santiago Abascal, líder de Vox, empecinado en que Pedro Sánchez y sus conmilitones amplíen sine die su estancia en el poder, así despeñen lo que vaya quedando del país que diseñaron los padres de la Constitución. La moción de censura que anuncia Abascal, inviable a todas luces, no va contra Pedro Sánchez, sino contra el Partido Popular, a lo que Pablo Casado debió responder in situ con la contundencia de quien se supone que lidera la única alternativa posible. Con estos mimbres, el desierto para los conservadores promete ser más grande que el del Sahara.

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