Análisis

Ángel jiménez

El mal, el fútbol y la educación

Ver los informativos de televisión es asomarse a la sinrazón: países con guerras interminables, secuestros, asesinatos, violaciones, pobreza extrema...

Por supuesto, nuestra mejor arma (al menos, en mi opinión) para intentar que el mundo mejore es la educación, y educar es ayudar a otro en su camino de descubrimiento de la diferencia entre lo que es digno de aprecio (la libertad, la honestidad, el respeto, la generosidad, etc) y lo que es digno de rechazo. Desde luego, las vías para ayudar en este proceso son múltiples. De hecho, cada actividad y cada momento son buenos para inculcar valores, para ir colaborando en la formación de conciencias despiertas, sanas y libres, de corazones vivos, sensibles y abiertos a los demás.

Yo tengo especial inquietud por lo que el fútbol puede aportar, que sé que es mucho. Tiene tanta repercusión, tanto seguimiento, que no aprovechar su potencial me parece un crimen. Necesitamos que todos esos niños y niñas que se acercan al fútbol (y muchos, además, lo practican con regularidad) y lo siguen saquen los mejores ejemplos posibles. Necesitamos que el fútbol sea para ellos un refuerzo educativo, un ámbito en el que ellos sigan enamorándose de los valores que dan sentido a la vida. Por eso tenemos que trabajar para que dejen de escucharse insultos y verse peleas, para que dejen de aplaudirse o no condenarse los engaños a los árbitros, para que deje de considerarse sorprendente el actuar con honestidad, para que deje de verse al rival o al árbitro como enemigos en vez de como compañeros y semejantes (más allá de la victoria o la derrota, del acierto o del error).

En definitiva, tenemos que dar lo máximo para que todos los niños que se acerquen al fútbol se diviertan aprendiendo la gran lección de la indestructible dignidad humana y el innegociable valor de ciertos principios éticos. De nada sirve que algunos lleguen a ganar mucho dinero y muchos títulos si no ayudamos a crear un mundo mejor.

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