Procuro leer poesía al acostarme; no siempre lo consigo. El sueño es obstinado o hay un débito pendiente o me atrapan otras lecturas. Novelas, cuentos o ensayos me arrastran; la poesía me detiene y como ese no es un estado que me sea innato, lo valoro más.

Estas últimas noches he leído -en voz alta, siempre- Polvo de avispas, de Chantal Maillard. Nada sé de la autora, excepto que es malagueña adoptiva de origen francófono. Saber de su vida, obra o pensamiento habría añadido cosas a mi lectura; desprovisto de esas nociones, solo el texto me habla, sin más ruidos parásitos. A él me ciño, pues, sin por ello darle toda la razón a Derrida en lo de que nada hay fuera del texto.

Son poemas muy breves: mónadas poemáticas. El haiku no anda lejos, por la concisión, tan cincelada, y también por imágenes y temas y afán de instantánea, aun sin renunciar al movimiento:

Recuerdo el cerezo en flor.

Ahora, tacho las palabras escritas.

Recatada alusión a la inutilidad de la escritura -¿desconfianza en la palabra?-, a la humildad del arte, que subraya, indirectamente, este otro poema:

Abejas rezumbando

en las flores de olivo.

¿Quién necesita el mantra?

En cada verso he notado el esfuerzo -intelectual, estético, emocional y hasta muscular- de la creación. Un parto sin epidural. Son estiletes, abrecartas que cortan el envoltorio de lo cotidiano. El poemario se abre explicando la vida:

De esta oscuridad

a la otra oscuridad,

un camino de piedras.

Dos poemas después, el escrutinio de lo que sea la vida continúa:

Cada mañana

como una vestimenta de labor

junto a las alpargatas

mi vida.

Alpargatas, que no las urbanas zapatillas; la rural labor, antes que el industrial trabajo. La vida está ahí cada mañana; el poema está cuando está.

La vida que explora la poeta -o poetisa, quién sabe si a la autora, en estos tiempos melindrosos, le importa ser una u otra cosa- nos exige una actitud vigilante, fatigosa, que veta el reposo: Me llamo Desamparo. / Duermo de pie, como las bestias.

Intuyo que Maillard es bilingüe; quienes vivimos en más de una lengua sabemos que hay cosas que exigen ser dichas en una de ellas y no en las otras:

Gotas de aguaserrées

sobre la espalda. El vello erizado

como la hierba seca.

Entiendo que la escritora haya dicho serrées. Ni apretadas ni estrujadas ni estrechadas ni abrazadas ni pegadas dicen lo mismo. En la palabra son las ideas, las imágenes que transporta y los significados aludidos, no evidentes, los que mandan; pero también sus sonidos, como aquí esa fuerza terca de la vibrante alveolar rr (aunque en francés es más una gutural rótica, con perdón).

Al ser cortos, estos poemas flotan en las páginas, envueltos en grandes espacios en blanco: vacío y silencio tras cada uno.

Pasito a pasito, el poemario nos lleva desde la vida, con la que empezó, hasta la muerte, púdicamente vestida con un deseo de modestia. ¿Defensa? Hay liviandad:

Pasar sin dejar rastro

dormir sin dejar huella.

Este pensaroso libro, que también alude a la eternidad gramática / que nos asola, se terminó de imprimir en los talleres de Árbol de Poe en julio de 2011.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios