No es por causalidad que el enorme programa de financiación de la Unión Europea se llame Next Generation, y que la Brookings Institution con el apoyo de la Fundación Rockefeller hayan decidido trabajar en un proyecto llamado Las Grandes Transiciones, una de cuyas partes es la transición generacional. Y no es sólo el haber puesto la Unión Europea 750.000 millones en un programa, ni que dos poderosas instituciones se comprometan con una recuperación que nos lleve a una economía y sociedad diferente, sino la percepción real de que, aunque lo que se está viviendo es malo, lo que queda será seguramente peor para muchos jóvenes.

Hay en el mundo 1.500 millones de niños pendientes de la suerte de sus escuelas y el peligro de no contar con ellas dando lugar a carencias educativas que pueden durar siempre, y perder la protección -alimentación, seguridad- que proporciona la escolarización. En nuestro entorno más cercano, donde se ha conseguido mantener abiertos los colegios, vemos experiencias cotidianas de familias y centros con problemas, pero también hemos descubierto el potencial de la enseñanza virtual. Tenemos que aprovechar este descubrimiento e invertir en él, no como sustituto, ni siquiera como apoyo educativo, sino por el poder que pone en las manos y las mentes de quienes sepan dominar la tecnología. Las tecnologías en educación sirven para reducir el fracaso, adaptar conocimientos a personas, mejorar la calidad de lo que se enseña, compartir resultados y experiencias, incorporar nuevos contenidos, que algunos descubran individualmente el potencial de sus mentes, y generar conocimiento técnicamente útil para nuevos trabajos que aparecen y están por crear. El paro y la precariedad en el empleo de los jóvenes viene de antes de esta crisis sanitaria, pero actualmente más que nunca el trabajo de la gente joven -en una de las caídas de la economía más severa en décadas-, se vincula y depende de un sistema educativo en el que la tecnología de la información y comunicación da un poder hasta ahora desconocido para desarrollar capacidades de aprendizaje y creación.

Leo los comentarios del escritor Hua Hsu sobre el nuevo álbum de Paul Mc Cartney, tan irregular e impulsivo como la música que lleva haciendo en los últimos 50 años, entretenida, sin un gran propósito ni pretender ampliar con ella su legado. No está tan claro -como casi nada hoy- qué hace falta en esta situación de pérdida y carencias de participación social: celebraciones masivas y solemnes, música para la introspección y reflexión, memoriales por los que han muerto o tienen secuelas, o bien para olvidarnos de todo. Dice Hsu que es imposible que los septuagenarios se identifiquen con la ansiedad de la gente joven, y son músicos jóvenes los que sacan trabajos sobre la soledad y aislamiento. Mc Cartney, por su parte, sigue con un mensaje clásico de los Beatles: animoso, resiliente, la vida va a mejor y hay que mirar hacia adelante, algo que nos resulta familiar, aunque ahora suene de manera diferente. Para mí, sin embargo, cuenta en estos momentos más el verso de Valente que dice: "Vivir es fácil. Arduo sobrevivir a lo vivido", no para conformarnos con la sobrevivencia, sino para enfrentar esos tiempos arduos que esperan a mucha gente joven.

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