Ver la televisión se ha convertido hoy día en un acto casi heroico. Un cambio de papeles en el que aquellos que están sentados en el sofá tienen más valor que El Santo, el Virginiano, Kojak, la familia Cartwright en Bonanza o hasta el mismísimo marido de Embrujada (porque vivir con semejante mujer hubiera sido hoy un verdadero problema político de género y techos de cristal).

Cuando uno se deshace de los zapatos y el cinturón y posa sobre la mesa sus artículos cotidianos de placer para no volver a levantarse en al menos dos horas... ¡zas! Aparece una Ángela Channing real como la vida misma y te empiezan a entrar calores y colores. Y da igual si hablan de política y Lachanin se ha metido en una ministra, o de cotilleos y ha sido abducida por Mila.

Aquel aparato que servía para informar y entretener a los españoles ahora desinforma e inunda nuestros hogares de un halo de incertidumbre sobre cómo entretenernos sin morir en el intento. Aquella televisión sin plasma ahora se nos inyecta en la sangre como donantes faltos de reconciliación.

Recuerdo cuando las familias sólo estaban unidas frente a ella en la paz del Un, dos, tres o de aquellas Historias para no dormir. Ahora provoca verdaderas historias para no dormir en un, dos, tres, ya. Es solo encenderla y empieza el debate, la discusión, el tan odioso y poco democrático "es mi opinión", la familia por los aires y usted recogiendo sus placeres de la mesa y largándose solo a cualquier bar de la "amistad".

La televisión nos unía en aquellos maravillosos años en los que tus padres no iban a ver tu función del colegio y mucho menos al partido de fútbol del solar de la esquina. Pero ¡ay!... cuántos lazos se anudaban en un solo canal. Quizá sea ese el problema, la desinformación por tanta competencia en informar. No recuerdo quién dijo que "Ya no estamos en la era de la información. Estamos en la era de la gestión de la información".

Ya no vemos a Kunta Kinte sin llamarnos xenófobos o a Rin Tin Tin sin hablar del maltrato animal. Uno desea estar a solas para poner Netflix durante seis horas y olvidarse de la familia, la política, las noticias y hasta del tiempo. ¡Que llueva donde sea!

Pero ¡que venga Banaché!

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