Yv io que el hombre quería ordenar los cambios que había introducido en la naturaleza y que ni las lluvias de fuego, ni la confusión de las lenguas le habían hecho recapacitar. Y molesto con su soberbia, decidió castigarle con el mal de la intransigencia y desencadenó en la Gerencia de Urbanismo una lucha sobre la procedencia de colocar carteles de Semana Santa en despachos y oficinas de tamaña violencia que el estruendo llegó a los cielos de la novena planta, donde moraba su Gerente. Que siendo hombre versado en derecho contemporáneo y bíblico, intentó emular a Salomón, y con la ley en la mano, ordenó la retirada de cuanto cartel religioso o político adornaba las paredes de aquella Torre de Babel en el plazo de diez días. Que no es un plazo bíblico pero sí administrativo.

Siendo la orden justa, no gustó a los arcángeles más fundamentalistas, quienes sacándola de contexto para poder adoptar el martirio, dieron a entender que serían retiradas las imágenes religiosas de los espacios públicos de la ciudad. Lo que en una urbe como aquella, embellecida con figuras de monjas y curas en los últimos años, era tan peregrino que se debatía entre la sandez y el incumplimiento del octavo mandamiento. Y no contentos con ello e incapaces de esperar la justicia divina del final de los días, el grupo de principados juristas militantes de la Asociación Española de Abogados Cristianos invocó la ley de los hombres y pidió su inmolación en el altar de la justicia, acusándole de prevaricación por un delito tan subjetivo como la ofensa a los sentimientos religiosos.

Llegado a este extremo, se retiró al monte San Antón a reflexionar sobre qué mandamiento había faltado, y habiendo hecho cumbre y ver a sus pies la ciudad, especuló con inmortalizar el momento con una fotografía sobre uno de los pechos de Málaga y descubrió que un piercing con forma de cruz de vigas de acero adornaba el pezón de tan turgente seno. Sin importarle la cruz con la que cada cual cargue al subir su particular Calvario, pensó que también podían bajarla después de hacerse las fotos, evitando a los que no les gusta el trabajo de borrarla con Photoshop. Y fue cuando al deliberar sobre que una obra ilegal y sin licencia podría ser retirada por el ayuntamiento, cuando se vio precipitándose al abismo y a los ángeles que debían recogerlo apartándose en su caída y el Apocalipsis llegar a lomos del caballo blanco de Santiago.

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