Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Abengoa, un espejo

ABENGOA ha atravesado una tormenta que cerca ha estado de costarle su propia supervivencia. Parece que por fin se ha entrado en la estabilidad gracias a la llegada de un nuevo accionista de referencia y a una ampliación de capital que va a dar un vuelco en la estructura de propiedad del que sin duda ha sido durante las últimas décadas el mascarón de proa de las empresas andaluzas. Esa nueva estructura supone, ni más ni menos, que las familias fundadoras que tradicionalmente habían tenido el control de la compañía pasan a una posición casi testimonial. La gestión estará en otras manos que tendrán que reestructurarla y acometer cambios profundos en la orientación del negocio. La entrada del grupo vasco Gestamp pone a Abengoa en una nueva senda, pero la empresa que sale de este proceso pierde su identidad andaluza y todo lo que ello conllevaba de carga simbólica para una región que no puede presumir precisamente de un tejido empresarial fuerte. La cuestión, que tiene también marcadas connotaciones sociales, no es menor y nos pone ante un espejo que refleja nuestras carencias como región. Si Abengoa ha llegado a una situación en la que ha estado en el ojo del huracán ha sido porque en su gestión se han cometido errores y acumuló un endeudamiento que fue castigado por el mercado. En el mundo globalizado en el que competía, estas cosas se pagan.

Pero la crisis de Abengoa y la salida que finalmente ha garantizado su supervivencia ha retratado de forma concluyente la debilidad del poder político de Andalucía. Más de treinta años de autonomía no han sido suficientes para que ante la crisis de la principal empresa de la región la Junta demostrara suficiente capacidad de influencia y de resolución. Si ha intentado que Abengoa no abandonase la esfera andaluza, ha fracasado. La reacción pública del Gobierno de Susana Díaz ha sido la de limitarse a implorar que la sede social no abandone la región. Cabe preguntarse qué hubiese ocurrido en un caso similar en Cataluña o Galicia. Esto ha sido así por un conjunto de razones, pero hay una de especial trascendencia: Andalucía no tiene un sistema financiero propio que tenga como prioridad trabajar por la región y por sus empresas. Tuvimos un conjunto de cajas de ahorro regidas con criterios políticos y la cosa terminó como terminó. Un poder político fuerte y un sistema financiero solvente no hubieran evitado la crisis de Abengoa, pero no duden que la solución se hubiera acercado más a los intereses de Andalucía.

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