Abrirse a la imprevisto

Improvisar atemoriza: es la contrapartida negativa por estar determinados por fuertes tradiciones

Una vida en la que todo sucediera siempre tal como estaba previsto resultaría insoportable. Al eterno retorno de lo mismo hay que cambiarle el paso, de vez en cuando, aunque solo sea para comprobar si se repite por deseo propio o por inercia de la costumbre. En ciertas sociedades, sus habitantes se convierten en esclavos de sus hábitos no por elegirlos, sino por miedo romper con unos mecanismos que tienen muy interiorizados. Prefieren vivir con la agenda ya programada y cerrada, desde primeros de año y con el piñón fijo de las celebraciones que les aguardan. Improvisar atemoriza: es la contrapartida negativa por estar determinados por fuertes tradiciones. Ni siquiera se atreverían a imaginar que un calendario festivo bendecido por el paso del tiempo pudiese ser alterado. Ni mucho menos osarían pensar que las grandes fiestas, como han mostrado Norbert Elias y Caro Baroja, fueron inventadas y alentadas cuando las civilizaciones ya pudieron permitirse regularmente, interrumpir la continuidad del duro trabajo, tras una larga faena laboral, e introducir un ciclo de días de descanso, jolgorio y diversión. Y que algunos gobernantes interesados se percataron que podría ser oportuno vincular estas jornadas holganza con un acontecimiento, relacionado con la patria o la religión, que las dignificase. Así se magnificaba un recuerdo del pasado y se sacralizó la fiesta.

Este dispositivo social, más o menos, ha funcionado así, hasta ahora, bien engrasado a satisfacción de casi todos. Pero este año, un elemento exterior, la pandemia, desbarata expectativas e ilusiones que se mantenían latentes, inscritas e imborrables en todas las agendas. ¿Y cómo reaccionar de manera que no se quede todo en quejas repetidas ante un muro sordo a las lamentaciones? Por un lado, convendría leer de nuevo a Caro Baroja que cuenta muy bien el origen y el porqué de fiestas y celebraciones. Esto ayuda a relativizar, dándole menos importancia a estas momentáneas pérdidas. Y permite, a la luz crítica de esa lectura, desembarazarse de todos esos añadidos y lastres que el paso de los años ha depositado en unas fiestas que, en lugar de celebrar el sosiego, solo servían para cargarse de ineludibles y superfluos compromisos sociales. Además, por otro lado, habrá que desplazar antiguos usos y recuerdos, y abrirse a lo imprevisto, para dejar sitio a la celebración del gran acontecimiento que nos espera: haber sido capaces, entre todos, de vencer esta pandemia.

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