En una reciente conversación con alguien instalado en Málaga desde hace unos meses, debatíamos sobre las consecuencias que el Gobierno acordado por Sánchez e Iglesias podría tener para Málaga en caso final de llegar a buen puerto. Y mi interlocutor me lanzó un mensaje que me dio bastante que pensar: "En el fondo, es casi indiferente que salga un Gobierno u otro. Málaga es una Ciudad-Estado y funciona ya casi de manera autónoma". Ambos convinimos en que, no obstante, la constitución de un Gobierno sigue siendo necesaria por muchas razones, incluidos ciertos grandes proyectos que continúan a la espera de que alguien se dé por aludido en Madrid, como el Auditorio; pero me pareció revelador que Málaga proyecte una imagen de sí de esta consideración, lo que tal vez se deba al buen rendimiento de la marca en un contexto ciertamente complicado pero, más aún, al peso político de Francisco de la Torre como figura, incluso, independiente de su partido. Toda Ciudad-Estado necesita un jefe que haga las veces de presidente, y pocos pueden discutirle al alcalde esa posición. De la Torre ha defendido siempre el municipalismo como principal vía de acción política con la consiguiente cesión de competencias a los Ayuntamientos, y, más allá de su eterno conflicto con la Junta socialista (ahora ya inevitablemente mitigado con Moreno Bonilla al otro lado), lo cierto es que tiene razón: ante la palpable erosión de los Estados y la puesta en duda de la eficacia de los Gobiernos centrales (el prolongado carácter interino del actual en el caso español así lo demuestra), y ante los problemas que arrastra la UE, para los que no parece existir una solución definitiva, son las ciudades los organismos que con mayor eficacia, capacidad, agilidad y consolidación pueden dar respuesta a las necesidades comunes de la gente. De hecho, los grandes retos del mundo contemporáneo, como el cambio climático y las migraciones, están obteniendo reacciones mucho más capaces de las redes de ciudades que de las estructuras nacionales e internacionales. Si Málaga es una Ciudad-Estado, en esto va por delante.

Y si faltaban dudas sobre la calidad de verso suelto de Francisco de la Torre, sólo faltaba verlo convertido en el único político del PP que pide abiertamente a su partido una abstención para permitir gobernar al PSOE. Casado se apresuró a dar el nones, pero los acontecimientos no hacen otra cosa, cada día, que poner la balanza del lado del alcalde de Málaga. Porque la alternativa, cantada, era un Gobierno con Podemos y los nacionalistas, y seguramente el PP podría haber trabajado desde mucho antes una opción más centralista, por mucho que le apeteciera zafarse de Ciudadanos en el liderazgo de la oposición. En cualquier caso, De la Torre sigue siendo un as esencial para la estabilidad política del PP y supongo que harían bien en hacerle caso, también cuando reclama más capacidad de acción para las ciudades, que es donde al final se juegan los partidos interesantes. Eso sí, ya que tenemos una Ciudad-Estado, a ver si alguien nos prodiga un Renacimiento, de los buenos, como Dios manda, en lugar de rascacielos.

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