Nos quejamos de lo mal que lo estamos pasando con la crisis. Puro eurocentrismo: si nos mirásemos menos el ombligo veríamos que otros muchos, la mayoría, lo pasan bastante peor. No hablo de Gaza, sino de naciones hermanas y lejanas, que andan en paz, pero donde la vida es dura. Tan dura que sus ciudadanos no desaprovechan la menor ocasión de abandonarlas. En los últimos días miles de cubanos y argentinos han descubierto que pueden ser también españoles, y les ha gustado la idea. Sobre todo, la idea de instalarse en España gracias a una nacionalidad a estrenar. Forman colas interminables ante los consulados españoles para tramitar el reconocimiento de su españolidad y venirse a la madre patria.

Madre patria que, en realidad, es abuela patria. La patria de sus abuelos. Lo que buscan estos americanos de habla hispana es que se les aplique la Ley de nietos, una disposición de la Ley de Memoria Histórica que, durante dos años, permitirá optar a la nacionalidad española a los nietos de quienes la perdieron por exiliarse entre julio de 1936, al inicio de la guerra civil, y diciembre de 1955. La memoria fugitiva de aquellos españoles que perdieron la guerra será memoria recobrada a través de sus nietos. Como un resarcimiento que salta generaciones, distancias y tiempo.

En Cuba escuché hace veinte años el anhelo ancestral de negros y mulatos: "¡Quién fuera blanco aunque fuera gallego!". Ahora muchos cubanos querrían ser directamente gallegos (españoles) y les importa menos, a estos efectos, el color de su piel. Quieren ser españoles para viajar a España con intención de quedarse como españoles de pleno derecho. O porque piensan que con pasaporte español les será más fácil ir a Miami.

"Siempre quise regresar a la tierra de mis abuelos", confiesa alguno desde la cola. Quizás sea cierto. Quizás su abuelo llegara a hablarle con añoranza de la patria perdida, aquélla cuyo nombre envenenaba sus sueños, como escribió Cernuda. Pero lo seguro es que nadie abandona la tierra en la que nació y se hizo hombre para cumplimentar las nostalgias de su abuelo. Si Cuba o Argentina no estuvieran como están, probablemente no habría tantas colas ante los consulados.

También escribió Cernuda, en el mismo poema, que un día España, "ya libre de la mentira de ellos, me buscarás, y entonces, ¿qué ha de decir un muerto?". La España que recupera su memoria a duras penas busca, en efecto, a aquellos hombres y mujeres del destierro y los encuentra en sus nietos, que tal vez sean ellos mismos desterrados dentro de sus propias naciones, desterrados por la necesidad y el agobio. Es menester ver la de vueltas que da la Historia.

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