Antes a la política le ocurría lo contrario que a las bicicletas; que no era para el verano. Había un consenso no escrito por el cual los unos y los otros, los políticos y la ciudadanía, pactaban un silencio mantenido durante al menos una quincena del mes de agosto en la que nada importante debía suceder. Era la época de las serpientes de verano, de las noticias frívolas, de los rumores sin confirmar y de las entrevistas amables y de rostro humano. Todo era paz con sabor a prórroga. Se velaban armas, pero se acataba la tregua. Y era de agradecer. Pero ahora es difícil encontrar esa quietud. Hay demasiada impaciencia, demasiada efervescencia como para pensar que se va a cumplir ese reparador descanso de otros tiempos. Un gobierno recién elegido no puede permitirse el lujo de tomarse unas vacaciones y necesita mostrar su presencia y actividad todos los días, festivos incluídos. Y una oposición, particularmente el PP con dirección recién estrenada, que quiere hacerse notar con cualquier pretexto sin respetar descanso ni ferias, para intentar recuperar el terreno perdido. Y así estamos, en un agosto que parece septiembre y con una presencia inevitable de la actividad política aunque se represente con vestimenta informal o en el Coto de Doñana. Ni las encuestas están dispuestas a tomarse un tiempo muerto y en plena canícula lanzan sus cálculos y sus previsiones. El aniversario de la tragedia de los atentados yihadistas en Barcelona, con su lamentable carga de politización, también alejan esa imagen de sosiego y serenidad que sería exigible a este mes. En ese día podía haberse esperado un gesto de racionalidad, de acercamiento ante el dolor, de olvido de la confrontación política, pero ha sido imposible. Esta política de desgarro y enfrentamiento que con tanto afán persiguen los secesionistas no han permitido ninguna pausa ni respeto ante el dolor de las víctimas.

Todo apunta a que terminaremos agosto sin que se haya notado tranquilidad política, y nos adentraremos en un otoño intenso, lleno de dificultades, con unos presupuestos y una senda de gasto en el alero y unas elecciones en Andalucía asomadas a la puerta. Quizás, cuando esa vorágine se desate y empiecen a desfilar negociaciones y desacuerdos, diadas y aniversarios de supuestos referéndum, mítines electorales nos sintamos cansados y casi exhaustos y a los mejor nos arrepentiremos de no haber tenido un pequeño alivio en agosto. Que era lo aconsejable.

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