Los problemas medioambientales ganan terreno en las preocupaciones mundiales. En medio de informes tan alarmantes sobre el cambio climático como la que se ha conocido esta semana o con olas de calor que llaman a la reflexión, como la que atravesamos en estos días, en Andalucía tenemos circunstancias particulares que nos hacen especialmente vulnerables. La situación de Doñana es uno de los indicadores que nos señalan que las cosas por aquí van mal. La Unesco viene advirtiendo desde hace mucho de que su imparable deterioro tiene ya consecuencias graves. Los de la Unesco no son, precisamente, una pandilla de ecologistas radicales. Es cierto que la agencia de las Naciones Unidas que se encarga de la protección del patrimonio y la cultura está aquejada del mismo mal que toda la ONU: se ha convertido en un mastodonte inoperante secuestrado por las grandes potencias, que manejan el Consejo de Seguridad. Pero sus toques de atención sobre el principal espacio natural del sur de Europa y uno de los principales del mundo no deberían ser ignorados sistemáticamente como están haciendo el Gobierno español y la Junta de Andalucía. Sobre todo, después de que el Tribunal de Justicia Europea condenara a España por no detener las extracciones ilegales de aguas subterráneas en el parque. Organizaciones venerables y de prestigio indiscutido como WWF o SEO/Birdlife están también desde hace tiempo llevándose las manos a la cabeza sin entender muy bien cómo se puede estar actuando con tanta falta de rigor en un tema tan grave.

En Doñana ha pasado lo que en otros tantos sitios: se ha preferido mirar para otro lado y no enfrentarse a los agricultores cuyos intereses colisionan con las políticas conservacionistas. El expolio del agua que debería servir para mantener la vida en el espacio declarado reserva de la biosfera no es algo que se haya hecho de noche y a escondidas. Se ha permitido durante años con la pasividad total de las autoridades, que deberían haber puesto orden y haber evitado la proliferación de pozos ilegales.

Doñana tiene una importancia trascendental como espacio natural. El parque nacional es un símbolo de Andalucía en el mundo. El mensaje que se lanza con las noticias sobre los fallos que presentan su conservación afectan de forma sustancial a la imagen que proyectamos. Afecta también a nuestro prestigio precisamente cuando Andalucía ha decidido que su capacidad para atraer la atención del mundo y que eso se traduzca en la llegada de un turismo de calidad es su principal industria a falta de otras. Que todas las alarmas estén encendidas y que no dejen de caer sobre España quejas por el estado de conservación de su parque nacional más valorado en el mundo es un lujo que no nos deberíamos permitir.

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