Albert y su ego

La política nacional está superpoblada de engreimiento: Cayetana, Albert, Susana Díaz, Iglesias, Aznar, Puigdemont...

Lo peor de Cayetana Álvarez de Toledo no es lo que dice, sino cómo lo dice. Es persona formada y con criterio, pero su altanería ofende a propios y extraños. Sin embargo, esta semana para insistir en "lo mucho que han avanzado las mujeres en los últimos 40 años", ha usado un símil indecoroso. Ha confrontado "la España de Marisol con la contemporánea". Y no. Primero porque han pasado 60 desde el éxito de la gran actriz malagueña. Y en segundo lugar, porque aquel país en blanco y negro era la España de Franco. Invoca a Marisol para evitar citar a la dictadura; es para no perdonárselo jamás.

La política nacional está superpoblada de engreimientos. Esta semana Albert Rivera y su ego han dado una rueda de prensa conjunta. El primero porque ha encontrado un trabajo estupendo y el segundo porque no ha aprendido nada del hundimiento de Ciudadanos. La egolatría no tiene sentido de la medida. La única explicación es que sea una operación de marketing del despacho de abogados que ya contrató a Carlos Herrera en 2016 para una campaña contra las cláusulas suelo de las hipotecas de los bancos.

Otros muchos políticos se hacen acompañar por su superyo. Después de anunciarle a las cloacas del estado que ya están en el Gobierno, Pablo Iglesias y su ego han decidido comunicárselo a sus correligionarios de Podemos; van a eliminar los topes salariales, la limitación de mandatos y la duplicidad de cargos. También se lo ha advertido al ministro de Justicia al señalarlo como "machista reprimido".

La egolatría parecía exclusiva de la vieja política. En España, durante ocho años estuvimos gobernados por Aznar y su ego. José María ponía los pies encima de la mesa junto a su amigo Bush y bendecía guerras en nombre de armas de destrucción masiva inexistentes. Y en Andalucía, Susana Díaz y su ego impusieron de tal manera el culto a su personalidad, que su cara descompuesta de la noche del 2 de diciembre de 2018 era más fruto de la sorpresa que del disgusto.

Pero los modernos también han llegado con su ego a cuestas. Uno de los más notorios es Puigdemont, que el pasado fin de semana en Perpiñán se comparó con los exiliados de la guerra civil. En su excelente ensayo Modesta España, Enric Juliana propugna la modestia como virtud cívica de los de arriba. "Más que moderantismo de derechas o reformismo de izquierdas, modestia. Contra la ensoñación y el consiguiente cinismo, el acto de la modestia".

El problema es que los ególatras no tienen sentido del ridículo.

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