Aloriao

Una muchacha encontró mi cartera y la madre, en una mañana lluviosa, la llevó a la Comisaría

Subidón de adrenalina. Pulso acelerado y una tormenta de sentimientos culpables. Ni excusas, ni demontres. Me palpo todos los recovecos de las lorzas y la ropa ¡Ay, madre! Se me ponen las orejas rojas ¡Estoy aloriao! Vocablo que emana de mi cerebro de reptil y significa despistado. Perdí la cartera. Nada de robo. Un extravío durante una expedición al centro en una tarde de mandaos nublados. Llaves, cartera y móvil: Íntima santísima trinidad. Comienza el diálogo interior. Perder las llaves es gran molestia. Lo de quedarte sin móvil otro tanto: Encerramos en el espejo negro la vida, las finanzas y los secretos. Las carteras abultadas de los neotiesos solo llevan tiques de compra que palidecen cómo las esperanzas de que toque la Primitiva. Pero, avisado lector, lo de los documentos es otra cosa. Dar de baja las tarjetas de crédito, iniciar la denuncia del suceso, planificar las citas para renovar los carnés de identidad y conducir paranoias… Contratiempos que rompen la rutina del viejenial teletrabajador encastillado. La mala cabeza. Fue un percance de cola de súper. Otra vez la impaciencia vence al método. Cuando estamos carrito en fila y tenemos que esperar más de cinco minutos nos desquiciamos. Con la señora que rebusca los céntimos en el monedero, con el viudo y su charla a la cajera. El torpe y la paisana que se pone a charlar por el móvil en pleno trance de cinta transportadora. Esa inquietud se palpa en los caretos del personal en cola, como si nos fuese la vida en ello, cuando son escasos minutos nada más. En las compras por internet somos más ansiosos todavía. Como si rascar 30 segundos a la gestión adelantara días la recepción del paquete. Para paquete yo. Mientras hacía examen de conciencia, antes de conciliar lirón, intentaba ponerme en el lugar de la gente de La Palma que lo ha perdido todo y los crecientes sin techo… me avergüenza la comparación. A la mañana siguiente, asumido el peripatético destino, suena el teléfono. Preguntan por mi nombre y si echo algo de menos. -Sí, la cartera. Me comunican que ayer una muchacha encontró mi cartera tirada en la acera. En una mañana lluviosa, la madre de esta chica se tomó la molestia de llevarla temprano a la Comisaría. Recuperé la cartera intacta. Hay esperanza, hay civismo, hay muy buena gente en la muy Noble, muy Leal, muy Hospitalaria y muy Benéfica Cenacheriland.

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