Desde el fénix

José Ramón Del Río

Álvarez-Cascos

AUNQUE se ha escrito mucho, y bien, en estas páginas sobre la espantada de ÁlvarezCascos, quiero yo, también, dar mi opinión, porque no en balde coincidí con él en la dirección de AP, en los años 1988 y 89. Nombrado secretario general de AP por Fraga y ratificado por Aznar en el congreso de Sevilla, en el que este último es designado, también por Fraga, presidente, y en el que se produce la refundación, convirtiéndose AP en el Partido Popular, según la idea sugerida por Marcelino Oreja, y sobre la que se había empezado a trabajar bajo la presidencia de Hernández Mancha, era sin duda una de las figuras destacadas del partido.

Había dejado la política activa después que el PP perdiera el Gobierno, pero su retirada era tan definitiva como la de muchos toreros, porque empezó a dejarse querer como presunto candidato del partido en las próximas elecciones para el Principado de Asturias. Así, un grupo de sus leales elevó la correspondiente propuesta a Madrid. Al parecer, el candidato exigía poderes para hacer tabla rasa del partido en Asturias y facultades omnímodas para confeccionar las listas. El comité electoral no ha aceptado esta propuesta -no sólo por sus exigencias- y ha nombrado candidata a otra militante. El suceso ha sido noticia porque su reacción ha sido darse de baja en el partido y, a continuación, anunciar que se presentará como candidato, porque miles de asturianos se lo han pedido

No le niego el derecho a dejar la militancia del partido. Pero habría que pedirle que, puesto a dar una explicación de su baja, hubiera buscado alguna mejor que la que da: dice que se ha sentido indefenso ante los insultos recibidos durante el proceso de elección -entre los que cita el de sexagenario- y entiende que esos insultos no habrían sido posibles sin el consentimiento de la dirección nacional. Por lo visto, los insultos sólo le han hecho mella después que el comité electoral decidiera no elegirle. Cuando la decisión estaba pendiente, soportó estoicamente los insultos, como demuestra que no renunció a su candidatura. Su disponibilidad, como dice, a liderar un nuevo partido, no es precisamente un gesto de elegancia política. En un tiempo en el que los políticos no están bien valorados (y cada día peor, según las encuestas) actitudes como la suya justifican el poco aprecio que de aquellos se tiene. En su andadura no hizo muchos amigos, acusado de prepotencia y soberbia. Tampoco es de buen político pedir a Madrid, además de su candidatura, la facultad de cesar a los que quiera, para nombrar a los que desee. Si persiste, tendrá ocasión de comprobar cómo se reduce el número de los que, dicen, le acompañarán en su aventura.

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