Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Ambicioso amor

POCAS creencias tenemos tan interiorizadas como la de que quienes nos dirigen saben lo que hacen. Lo cual es un acto de fe de lo más gratuito, porque no suele ser así: a esa vana certeza se le pueden oponer rasgos tan humanos como la incompetencia, la crueldad o la codicia: en el cuartel, en el patio de la escuela, en la hermandad o la peña, en la empresa, en las instituciones. O en la propia familia. Cuando -guiados por una combinación variable de instinto, amor y borreguismo atávico- muchos nos convertimos en padres y madres, nuestras decisiones y errores no sólo nos afectan a nosotros mismos o a personas de presencia pasajera en nuestra vida, sino que comienzan a manosear esa plastilina que se va petrificando llamada personalidad, la de los hijos, su visión del mundo y su adaptación a él. Padres y madres autoritarios, o metódicos y coherentes, o indolentes, o acomplejados, o decentes, o coleccionistas de relaciones, o superprotectores, o de personalidad radiactiva, ésa que a veces llaman "fuerte". O demasiado ambiciosos. Hay mucho debate en inglés sobre los aspirational parents, padres ambiciosos y en casos también pretenciosos con respecto a la educación de sus hijos, que acaban por dañar la capacidad de ellos de vivir en paz con lo que les rodea. (Evitaremos el objetivo paternal de conseguir que los hijos "sean felices": tal cosa fabrica pequeños dictadores de por vida, dicen algunos expertos.)

Los que podemos llamar padres ambiciosos -"aspiracionales" lo dejamos con gusto para los congresos de Psicología-son más peligrosos en el mundo de hoy: el taylorismo digital, la creciente impermeablidad de clase y la pauperización laboral hace que preparar hijos para el éxito, la élite y el poder no sólo contenga en sí el monstruo de la insatisfacción permanente, sino que sea un afán cada vez más vano. Sólo aquellos verdaderamente posicionados en la élite -pongamos el 1% de la población- podrán asegurar elitismo a sus hijos: tal pretensión es hoy mucho más complicada de realizar que hace apenas dos décadas. En el camino, los padres ambiciosos -de verdadera élite o de mera aspiración- sustraerán a sus hijos buena parte de la niñez, la ternura familiar, el pequeño logro, el trabajo realmente retributivo. El carpe diem, fulminado en la casilla de salida: "Nunca disfrutes el momento, es de débiles". Las cosas buenas de la vida suplantadas por el olímpico citius, altius, fortius: más lejos, más alto, más fuerte, así todos tus éxitos te llevarán a un nuevo reto. Un perverso perpetuum mobile (mi latín casi acaba ahí). Como diría un joven de hoy, "un pa na".

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