Pudiera parecer un incidente menor, pero, en lo que tiene de síntoma, revela el grado de deshumanización al que suele conducir la ultraortodoxia en la defensa de una idea. Lo denuncia Natalia Núñez, alcaldesa socialista de Cenicientos: en el reciente incendio de Toledo, un grupo de animalistas se comportaron como energúmenos a los que poco importó el destino de las personas. "El fuego, relata Núñez, ya estaba controlado. De hecho todas las fincas estaban a salvo, pero descubrimos de madrugada a varios animalistas prendiendo fuego a una propiedad. Han roto candados, se han llevado caballos, perros, burros… todo lo que podían". Más tarde, añade, cuando los dueños intentaron recuperar a sus animales, sufrieron el chantaje de las protectoras que, sin el menor escrúpulo, les exigían dinero a cambio de la devolución.

No es, con todo, lo más grave. Estos descerebrados, mientras perpetraban el "salvamento", desoyeron las llamadas de auxilio provenientes de Hogar 2000, un centro en el que Cáritas atiende a enfermos mentales y discapacitados. Tuvieron que ser los propios cuidadores que allí se encontraban los que, sin ayuda, desalojaran a los pacientes. Ellos, los impolutos amantes de la naturaleza, estaban pocos metros más abajo dedicados a lo suyo, a la "heroica" tarea de desvalijar granjas y haciendas. Muy cerca, en el monasterio de San Bernardo, un grupo de monjas ancianas pedía también socorro. No tuvieron tampoco tiempo, entre perro y perro, de auxiliarlas.

Félix Sáez, un vecino de Cadalso de los Vidrios, resumió bien lo ocurrido: "Han aprovechado la coyuntura del incendio para venir hasta aquí y proceder al expolio. Son protectoras que necesitan animales para obtener subvenciones. Una mafia".

Los orgullosos benefactores presumen de haber alejado de las llamas a 2.000 animales, aunque para los lugareños fueron 2.000 robos. Ninguno corría peligro cuando ellos llegaron, "es todo falso" concluye Núñez quien exige, claro, la oportuna investigación.

Confieso que a mí todo esto me desconcierta, entristece y asquea. ¿Cómo es posible tanta impiedad y tanta estulticia? ¿De qué pretenden darnos lecciones semejantes bárbaros? ¿Cuándo les secó el alma el virus del buenismo? ¿Son acaso mejores los que, por su sagrada causa, diríanse dispuestos a sacrificar hasta su misma racionalidad? Animales somos todos, aunque algunos -fanáticos, crueles y asalvajados- por desgracia empiezan a descollar entre las fieras.

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