HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Año de Las Navas

Decir que la Historia la escriben los vencedores es el lamento de los vencidos por no haber sido vencedores para escribir la Historia. La ficción histórica es un género literario de éxito, pues cuenta los sucesos como deberían haber sido y no como fueron. Esto se puede hacer con las anécdotas de los acontecimientos, no con los resultados; con las lágrimas del sentimentalismo y las simpatías emocionales del que escribe, no con las consecuencias históricas posteriores. Otra ventaja de las ficciones históricas es que el vencido da una estética y un juego literario que conmueve a las almas sensibles. Lean, si no, los emocionados versos homéricos mientras arde Troya. De embellecer a la morería vencida se encargaron los romances fronterizos y, más adelante, la moda morisca romántica. La Historia es aparte. Quien sufre de melancolía política y desea convertir las ficciones históricas en historia verdadera, quiere vivir también una vida de ficción.

El esfuerzo de negar que la historia de la actual Andalucía empieza en el siglo XIII siempre nos pareció digno de alabanza, como todo lo que tiene tanta dificultad que acaba por resultar imposible. La constancia humana, incluso en el error, es admirable. Pero es así. Hay quien piensa que si los cristianos hubiéramos perdido en Las Navas de Tolosa, España estaría ahora al mismo nivel de Marruecos. Esta ucronía se salva con otra: si hubiéramos perdido esa batalla hubiéramos ganado la siguiente, o la otra. Se hubiera retrasado la Reconquista, y no hay que temer a la palabra, de la misma manera que se retrasó en el siglo siguiente; pero los musulmanes andalusíes, la inmensa mayoría descendientes de hispano-romanos conversos, habían perdido ya el paso de la Historia de la Civilización, con el ascenso de las sectas fanáticas al poder, y tenían muy poco que hacer enfrentados a la Europa cristiana, heredera directa del pensamiento clásico y en puertas del científico. Antes de que acabara el siglo de Las Navas, la Cristiandad había llegado al Estrecho y dejó que Granada se deshiciera entre el exceso de población, la pobreza, el fanatismo y las guerras civiles. Hubo gran júbilo en Europa. Inocencio III se retiró a dar gracias al Altísimo y ordenó hacer lo propio en todos los templos cristianos. Las catedrales góticas adelgazaron su espiritualidad y vibraron con el volteo de las campanas, los cánticos y la música. No era para menos: los secuaces de la secta mahometana habían sido expulsados al fin de las tierras romanas que habían invadido.

No discutan ustedes sobre este asunto. Dejen que los sensibles a la morisma se deshagan en el llanto de su sentimentalismo. La fantasía merece premio porque el alma humana se equilibra, pero hacer pasar fantasías por historia merece castigo, el castigo moral de una sonrisa comprensiva y de no entrar en discusiones. Ya se sabe que las discusiones las ganan los fantasiosos, pues sus argumentos, al no necesitar probanza, son irrefutables.

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