Rocío Monasterio le ha dado vida a una escoba y después no ha sabido cómo dominarla. Iban a barrer entre la derecha y la ultraderecha en Madrid y ahora quién sabe. Lo que está haciendo en esta campaña Vox es coherente con la trayectoria y mensajes del partido. No debería sorprendernos. Sus dirigentes han llamado al Gobierno ilegítimo y criminal, así que tacharlo ahora de mentiroso y negar las amenazas de muerte a Iglesias, Marlaska y Gámez suena hasta menos grave. En un partido negacionista de los males de la pandemia, que exige libertad de movimientos, negar la autoría del ataque de un perturbado es lo que corresponde. Por coherencia, tampoco puede condenar el acoso al ex vicepresidente, al ministro y a la directora de la Guardia Civil. Es fácil pensar que quien envió las balas comparta la idea de que España tiene un gobierno criminal e ilegítimo y no hay que darle disgustos a la parroquia. Otra cosa distinta es que el resultado, muy condenable.

Como otros personajes de la nueva política que llegaron tras el hundimiento del bipartidismo, Monasterio ha sido una decepción. Cuando apareció en escena hace un par de años parecía tener más carisma y personalidad que una también desconocida Isabel Díaz Ayuso, a la que podría ganar terreno con facilidad. Ha sido al revés. El ímpetu de la ultraderechista se ha quedado en bien poca cosa y, contra pronóstico, el populismo de Ayuso se ha hecho un sitio en la escena política nacional, incluso por delante de los Moreno Bonilla o Mañueco, que miran de reojo la estabilidad de Casado por si tienen posibilidad de sucederle. Después de dos años de expansión electoral imparable, que le llevó prácticamente a empatar con el PP en Andalucía en las generales de noviembre de 2019, Vox por primera vez retrocede en el afecto de los electores en esta campaña de Madrid. Y le cuesta jugar sin viento de cola.

En ese escenario se mueve la empequeñecida dirigente madrileña de Vox, sin discurso, sin programa, sólo con proclamas. Ahí encaja su cartel contra los menores no acompañados, que ha sorprendido hasta a Ayuso. Son 269 jóvenes entre 6,78 millones de habitantes; no llegan al 0,004% de la población. Ahí encaja la falsedad de que cobran o cuestan 4.700 euros al mes; ambas afirmaciones ha hecho Monasterio y ninguna es cierta. Ahí encaja que vaya a La Noche en 24 de TVE, diga que el día anterior no dieron información de su campaña y cuando le ponen el vídeo no se disculpe. Ahí encaja que fuese a reventar un debate en la Cadena SER, una radio de prestigio, la más oída de España, se expresara como le vino en gana y encima rematase hablando de "la dictadura de la SER". Al final le ha ejecutado el trabajo sucio a Ayuso, que no quería debates y se han liquidado. Monasterio ha hecho de aprendiz de bruja. Pero le viene grande el papel.

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