Apuntes poselectorales

Ninguno de los políticos que tratan de gobernar Andalucía han expuesto una sola "idea" específica sobre esta tierra

Existe una manera de dignificar una derrota política: hacerle frente con un valiente ejercicio de reflexión y autocrítica. Pero los tres partidos andaluces, con manifiesta perdida de apoyos el pasado día 2, han preferido recurrir a la ingenua maniobra de señalar un culpable exterior. Quizás se haya querido así aliviar el orgullo herido, desviando la mirada pública hacia otro foco de atención. Pero ese mecanismo solo funciona cuando la gente es menor. El pueblo andaluz ya se ha hecho adulto.

Curiosamente, la real y descarnada pugna política no parece haber empezado hasta la noche misma del 2 de diciembre. Los electores -ya convertidos en meros convidados de piedra- descubrieron entonces atónitos, desde el día 3, la verdadera batalla por el poder. Los días de campaña quedaron lejos, como un espectáculo que buscaba seducir y atraer, y, por ello mismo, muy personalizado, sin aclarar ni ideas ni compromisos. Porque las propuestas exhibidas, eran vagas y genéricas para permitir ahora, en los despachos, atar cabos sin pudor con unos o con otros. Mostrar en los comienzos unas convicciones firmes y claras limitaban las oportunidades y juegos posteriores para conseguir poder. Resulta esclarecedor comprobar que cuanto más amplía un partido, en estos días, el arco de sus negociaciones y pactos, más delata el escaso peso de sus convicciones anteriores. O dicho de otra forma: a las escasas convicciones las sustituye un oportunismo, que busca aprovechar las situaciones aunque sea a costa de ignorar los principios más básicos. Este oportunismo se ha extendido por España como un instrumento aceptable para gobernar: las convicciones son un estorbo. Lo que cuenta es alcanzar o mantenerse en el poder. Y como una prueba más de su éxito, en estos días, a los andaluces les ha tocado contemplarlo de manera viva y cercana.

Parece, pues, que Andalucía se prepara para dejar de ser una excepción dentro de España. Como prueba que ninguno de los políticos que tratan de gobernarla han expuesto una sola "idea", un proyecto político y cultural específico sobre esta tierra. Porque si bien existen unos problemas económicos y sociales prioritarios, estos problemas están enclavados en una región que es algo más que unas estadísticas. Sorprende, por tanto, que ni los políticos nativos, ni su saga de visitantes, se hayan sentido llamados a reflexionar, ni un minuto, sobre el papel que debe asumir Andalucía en del conjunto de España. Ha sido la gran ausente, una cenicienta olvidada. ¿Por qué?

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