Armisticio veraniego

Agosto es la pausa, la paz del rearme para la guerra. Te vas a la orilla y te desarmas de trajes y móviles

El conflicto está latente en todo lo que se agita. Puede que haya alivio con la llegada de los turistas, por fin, y la partida de todos hacia la costa o cercanías. Pero es sólo un armisticio hasta que pasen los calores que se repiten cada año y que éste, a pesar del virus y de la crisis y de las muchas ruinas que se perciben aquí y allá, no iba a ser menos.

Conflictos, ruido: izquierdas contra derechas; maridos contra mujeres; hijos contra padres; hermanos contra hermanos; trabajador contra empresario; víctimas contra verdugos; y si me apuras y a este paso, altos contra bajos o guapos contra feos, que todo se andará. Es la cultura del conflicto, toda vez que se dio por acabada la lucha de los bolsillos, ahora que el proletariado ya está blindado con derechos que sólo les amenaza el nuevo lumpen de la emigración masiva. Un caldo de cultivo de la batalla permanente en la que la tensión se palpa en cada rostro y en tanta prisa y en todo ese vociferar de ineptos y de leídos, cada uno más alto y más bronco. Y así todo el curso. Menos en agosto, claro.

Porque agosto es la pausa, la paz del rearme para la guerra. Te vas a la orilla de cualquier playa y allí te desarmas de trajes y de móviles y te armas de un buen libro y de neveras y bocadillos y a dejarte inundar de sol y de aire y de sensaciones de que todo esto podría tener algún sentido. Es la calma tras la tormenta para volver a los truenos y las centellas pero con otro ánimo, restablecido.

Nada como en estos días acercarse a lo que dejamos a un lado con tanta urgencia defensiva. Al paseo sin límites, en ese arte que es andar por andar en compañía que tanto nos alimenta esa parte del espíritu que está hambrienta justo de eso, de calma y de fermento para crear algo nuevo y distinto.

Aún está lejos septiembre para pensar en él. Hay que habitar este agosto eterno. Acercarse a un cine, exprimir los atardeceres y las charlas a la fresquita, reencontrar el pueblo y a los vecinos que aún nos nombran como cuando fuimos niños. Llenar de oxígeno cada alveolo que luego necesitaremos en esta ciudad irrespirable a golpe de olvido de lo importante, el bien de todos. Ese bien común puede que nos oriente al regreso. Porque pasamos malos tiempos y estuvimos unidos. Fue posible y será posible si buscamos esos mínimos que siempre están esperando a darnos más encuentros que discordias. Y tan amigos.

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