ES evidente que en la contabilidad de los ayuntamientos se abusó hasta límites insospechados de la fuente de ingresos que provenía del ladrillo. En el momento en que pinchó la burbuja muchos consistorios se olvidaron de que esos ingresos extraordinarios eran cíclicos puesto que muchos alcaldes y concejales, de hecho, nunca conocieron otro modelo de financiación que no fuera ése. Ahí estuvo su condena. Confiados en que estos ingresos se mantendrían siempre, los ayuntamientos entraron en gastos simplemente inasumibles. Los resultados finales de tamaña insensatez no pueden ser peores.

Burbuja inmobiliaria. Desmanes financieros. Años de excesos. Cada época, en fin, tiene sus cosas. Y ésta pasará en parte a la historia por la irresponsabilidad de unos alcaldes que nunca previeron el brutal impacto de esta crisis que ha colocado a algunos municipios al borde de la quiebra. Ahora, cuando están con la soga en el cuello, se plantean como alternativas una mejora de la financiación local, aderezada en algunas ocasiones con una subida de impuestos, o un radical recorte del gasto.

Sin la opción a hacer caja ahora con los gravámenes que dependen del sector inmobiliario, con una merma de las transferencias que reciben de otras administraciones y muy poco margen para adelgazar inversiones, sobre todo en el mantenimiento del día a día en los consistorios, los presupuestos municipales estarán el año que viene más asfixiados que nunca. El problema es que ahogados por las deudas y asfixiados por la prohibición de endeudarse más a lo largo del próximo año, cada vez dedican menos dinero a construir nuevas infraestructuras que más tarde necesitarán un mantenimiento, un personal y tendrán nuevos gastos a los que no se podrán hacer frente. Es época de crisis. Época de asfixia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios