Postales desde el filo

José Asenjo

Aznar y Churchill

LA sequía informativa se suplía antes con las serpientes de verano, una hábil combinación de rumores y globos sondas. Ahora, en las democracias mediáticas no hay tregua en la batalla político-informativa. Gobierno y partidos mantiene portavoces de guardia prestos a cotorrear en cuanto le den ocasión sobre las más diversas materias. Y además… siempre nos quedará Aznar. Una vez más la tensión informativa se ha trasladado a Melilla. Lo que el Gobierno ha calificado de incidente fronterizo, el PP y sus terminales periodísticas lo han elevado a la categoría de crisis diplomática. Argumentan que si Marruecos se pone gallito es por la debilidad de nuestro Gobierno: ¡váyase, señor Zapatero! por su incapacidad para poner en su sitio a los marroquíes. Algo que para los hijos de la España eterna que honró con el título de mata moros a su santo patrón Santiago, debe resultar muy… pero que muy fuerte.

La audaz iniciativa de González Pons (cada día mejor situado en el palmarés para el reñido título de político más irresponsable del país) se vio ninguneada por la mediática llegada de Aznar a la ciudad autónoma. Se plantó en Melilla para demostrar que a él le sobra lo que le falta a Zapatero y, sobre todo, de lo que carece Rajoy. Para unos el ex se comporta como un orate que va de Napoleón en el manicomio del mundo. Para otros es el líder añorado, el héroe de Perejil: última gesta militar y ejemplo canónico para los populares de cómo parar los pies a nuestros vecinos del sur. El ex presidente ha ido pues a Melilla a reivindicar la fortaleza de la política exterior que él practicó. Aunque en realidad, para cualquier persona sensata, el puñetazo en la mesa del desembarco de Perejil (grotescamente narrada con lírica joseantoniana por el entonces ministro de Defensa) no sirvió más que para meternos en un embrollo diplomático del que nos sacó el secretario de Estado norteamericano. El último Gobierno popular podrá presumir de otras muchas cosas, pero no de aquello. Le faltó cordura en la materia y el giro de 180º que dio a nuestra política exterior se basó más en sus criterios ideológicos que en nuestros intereses estratégicos.

Probablemente Aznar cuando se mire al espejo, más que Napoleón, se quiera ver como Winston Churchill. Sin duda admirará a ese conservador, liberal e independiente, al que traía sin cuidado la opinión de los dirigentes del partido tory. Aunque basta con echar una ojeada a los escritos de D. José Mª para intuir que de haber estado en el lugar del estadista británico, en el periodo que antecedió a la segunda Guerra Mundial, donde éste supo ver con extraordinaria lucidez una amenaza para su país y para toda Europa, nuestro héroe de Perejil muy probablemente hubiera creído ver una oportunidad. En cambio, parece poco discutible que Moratinos ha actuado en este asunto siguiendo los pautas con las que según Churchill debe actuar el buen diplomático: una persona que primero piensa dos veces y finalmente no dice nada.

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