No sé qué diría Arquímedes, pero apostaría a que en el Muelle Heredia no caben 84 autobuses, uno detrás de otro. Tampoco en el Paseo del Parque, supongo. Dejada a un lado la cuestión del colapso, lo cierto es que si se trataba de resultar atractivos, Málaga lo ha conseguido de sobra. El objetivo está más que cumplido. Tanta Capitalidad Cultural, tanta Capitalidad del Deporte, tanto museo, tanto Festival de Cine, tanta Exposición Internacional de vaya usted a saber qué, tanto foro, tanto Málaga Valley y lo que verdaderamente mueve al público al final es un alumbrado navideño como Dios y Teresa Porras mandan. Y seguramente este hallazgo merece una reflexión: no han sido ni Picasso, ni Banderas, ni siquiera el turismo de sol y playa los que ha convertido a Málaga en un fenómeno de masas, sino un espectáculo de luces con música enlatada. Y es verdad que nuestro Antonio Banderas fue el encargado este año de encender el invento, pero los 84 autobuses se plantaron aquí, como los elefantes de Aníbal, a ver dónde los metemos ahora, el viernes 6, al comienzo de un puente en el que tantos miles de visitantes llegados de las más diversas regiones de España optaron por Málaga para desconectar de sus quehaceres. Eso era todo: pon un tendido bonito y vencerás. Así que tal vez Málaga no tenga un excelente discurso propio, cultural ni urbanístico; tal vez haya optado por el modelo franquiciado para sus museos, no tenga las zonas verdes que merece ni parques bonitos en los que pasear un buen trecho, tal vez su centro histórico ya no sea ni centro ni histórico, pero lo que sí ha sabido encontrar Málaga es la llave de la postmodernidad: bastaba, ya ven, con un no discurso, un no plan, una no identidad para que la gente se diera de tortas con tal de venir a verlo. Los 84 autobuses llegados a Málaga convierten a la ciudad en primordial objeto de estudio para los situacionistas: no sólo se trata, en virtud de la primordial ley de la sociedad del espectáculo, de tener un envoltorio bonito; también, más aún, de que no haya nada más debajo. O muy poco, lo justo para justificarse contra la barbarie. La jugada, desde luego, ha salido de diez.

A estas alturas, la ley de la oferta y la demanda pasa por no complicarnos demasiado la vida. El viejo criterio del pan y circo pasa por que el primero sea de molde y que con el segundo no haya que romperse mucho la cabeza, ni interpretar nada, ni estar más de cinco minutos sin mirar el móvil. En fin, es lo que hay: la telebasura, las redes sociales y demás entretenimientos han cumplido bien con su cometido narcótico y poco hay más que añadir. Lo que sí está claro es que nuestro Ayuntamiento, tal y como ya ha apuntado el alcalde, Francisco de la Torre, incidirá en la misma línea facturando otros alumbrados en lugares distintos del centro para así, de paso, poner freno el colapso. Y resulta lógico. Esperemos, en todo caso, que el éxito del vacío como reclamo turístico no se coma el terreno de los (pocos) espacios para el crecimiento, la lectura, el arte, el teatro, la música y otras banalidades que aún nos quedan. Que igual hay tres o cuatro inconscientes, sosos y malos malagueños que prefieren seguir despiertos.

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