No soy mejor que tú. Soy una persona normal que tiene la suerte de publicar columnas de opinión. En ellas no leerás grandes reflexiones políticas ni la grandilocuencia de estrellas de este género. Solo trato de contar historias diferentes, enfoques que te hagan dudar, visiones que provoquen debate. Pulsar emociones que rieguen el hastío de cada lunes. Eso sucede los días normales. Por eso, en plena crisis coronavírica, lo más extraordinario que puedo relatar hoy es una historia cotidiana. La mía. Que no es muy diferente a la tuya.

No soy sanitario. No tengo ese grado de exposición, no escucho aplausos a las diez ni a las ocho. No sufro esa precariedad laboral en pleno momento de salvar vidas. Estoy en casa, teletrabajando. Preocupado. A veces más inquieto, otras compartiendo memes para no perder el calor que ofrece siempre el sentido del humor. Tengo a mis padres en perfil de riesgo. A un tío que estaba ultimando la quimio cuando explotó esta mierda. El sábado tosí tres veces y me asusté hasta que caí en que el agua se me había ido por donde no debía. Abrí un hilo en Twitter intentando ofrecer alternativas para combatir esa sensación de que el techo se nos cae encima. Hablo mucho con gente cercana intentando calmarles o evadirles. Sobre todo a esas personas que afrontan los 15 días de confinamiento como un eterno domingo por la tarde. Por momentos creo firmemente que todo saldrá bien.

Siento que es difícil gobernar esta incertidumbre. Estoy tan absorbido por la rutina que no saber a qué me atengo me genera miedo (no un miedo de gritar y perder los nervios, uno que paraliza). Yo también pensé que esto era una tontería de los chinos que no daría para más. Que no llegaría hasta aquí. Me enfado con quien sale irresponsablemente a la calle. Maldigo a los que llenan los carros y propagan más pánico que virus. Empatizo con cajeros, policías, periodistas que están en el foco de la noticia, autónomos a los que se les viene una buena ruina, cofrades que llorarán la ausencia de desfiles procesionales. Pienso que no lo voy a contraer. Pienso que puedo contagiar. Creo que saldremos más fuertes de esta. También que nos definimos como seres estúpidos y un mes después del fin del coronavirus volveremos a ser miserables. Quiero quemar la VISA en los bares en cuanto se pueda volver a hacer. Tengo amigos en cuarentena. Echo mucho de menos quedar con la gente. Me enfado con quien intenta politizar todo. Creo en la conspiración de que esta es una guerra económica más. Disfruto con la capacidad del ser humano de sacar un chiste genial a cada preocupación. Soy muy pesado en casa con que mi gente se lave las manos. Estoy quemando Netflix. Y aunque me inquieta bastante no saber cuándo acabará todo esto, ni la crisis que nos dejará de regalo, me calma mucho saber que hay infinidad de personas que se van zarandeando por todos esos sentimientos, a veces contradictorios. Como tú.

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