El Estado

Hoy, el gobierno tiene ante sí la formidable tarea de salvar a su país de la ruina que amenaza a Europa

Conforme avanza el virus, distinguimos con mayor nitidez el perímetro y la corpulencia del Estado. Un Estado que Torra y Urkullu sólo encuentran de utilidad si actúa como espejo de sus ensoñaciones folclóricas, pero cuyas servidumbres, como hoy se ve con dramática sencillez, son, por fortuna, otras. Releyendo estos días el Diario del año de la peste de Defoe, compruebo que la situación no difiere mucho de nuestras aflicciones de antaño. Si entonces (un entonces que se refiere al Londres de 1665), las clases pudientes huyeron de inmediato a la campiña, cosa que ya conocíamos por Bocaccio, hay dos asuntos que aún determinan la política europea, casi en los mismos términos. Por un lado, Defoe recuerda que las primeras víctimas económicas de la peste fueron el pequeño comercio suntuario y sus empleados; o sea, casi todo el comercio. Y de otra parte, señala que fue gracias a las grandes sumas que Londres gastó en cuidar a sus indigentes, como las autoridades lograron salvar la vida a muchos infortunados, al tiempo que mantenían el necesario orden público.

Probablemente, el carácter alegórico y edificante de la obra de Camus -me refiero a La peste- haya decantado la preferencia de los lectores actuales en una hora de temor e incertidumbre. "Entonces descubrí que ser hombre era bueno", escribirá Camus en El primer hombre, recordando un partido de fútbol de su niñez argelina. Y eso es lo que se vindica también en La peste: la cálida huella de lo humano a pesar de la mezquindad, la cobardía y la violencia que albergan nuestros corazones. En Defoe, sin embargo, nos encontramos con un prolijo documento histórico/periodístico, redactado en la madurez del escritor (1722), pero extraído de un recuerdo de su infancia: la peste de 1665. Lo cual sugiere que Defoe quiso acometer un estudio de la peste, de su proliferación, de sus víctimas, de su tratamiento, de sus errores, todo con riguroso detalle -"por penoso que sea un hecho debe contarse"-, y movido del más noble y perspicaz ánimo periodístico.

Hoy, el Gobierno tiene ante sí la formidable tarea de salvar a su país de la ruina que amenaza a Europa. Una ruina que el señor Torra y el señor Urkullu quizá pretendan conjurar con sortilegios patrióticos, pero que acaso se sortee mejor con un uso decidido y eficaz de los recursos. Esto significa, necesariamente, que el Gobierno tiene ante sí la tarea de defender un Estado que hasta hace poco le parecía excesivo, autoritario, esclerótico.

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